[1] A efectos de resaltar la predominancia de los conceptos centrales que justifican esta nota, los escribiré con mayúscula inicial, cosa que, por otra parte, les otorga cierta entidad más «concreta» al estar personificados.
Muchas veces se ha escuchado la frase —«tópico» en literatura— Carpe diem, que traducida del latín clásico —el latín de Virgilio—, viene a significar algo así como «aprovecha el momento», y que vulgarmente aparece en muchos lugares del siglo XXI con el significado de «vivir el presente» o «vivir el día a día», lo que es, a mi criterio, una triste falta de respeto a un tópico que, fusionado con el Collige, virgo, rosas —el cual luego explicaré—, alcanza un grado de riqueza poética como pocos otros tópicos literarios.
Edgar Allan Poe, en plena decadencia del romanticismo europeo pero en pleno auge del romanticismo estadounidense —el llamado romanticismo oscuro—, afirmó que el tema más poético del mundo es la muerte de la mujer amada.[1] Francisco de Quevedo enriqueció el tópico Amor post mortem (Amor más allá de la muerte) diciendo que las cenizas de él, el amante, serán polvo a la hora de morir, pero «polvo enamorado»[2]. Ni hablar de lo que hizo Dante por Beatriz. Con esto, sin embargo, no quiero decir que el tópico más poético del mundo sea el de la muerte de la mujer amada, pero sí que es uno de los más ricos: el amor y la muerte han llevado al hombre a la vida durante milenios, el amor a la vida y el miedo a la muerte. Tan es así que es la misma naturaleza humana la que nos impulsa a buscar un compañero, la que nos impulsa a rehuir el dolor, buscar el placer y simplemente amar y amar para no quedarse sin vida estando vivos, lo que constituye la peor forma de morir.
Ahora bien, el Carpe diem también está relacionado con el tópico Tempus fugit, lo que quiere decir «El tiempo huye»; podríamos, pues, decirle al hombre «Carpe diem: tempus fugit», es decir, «Aprovecha el momento, que el tiempo huye».
Como ya he dicho, pasaré a explicar el tópico Collige, virgo, rosas, que traducido una vez más del latín, viene a significar «Recoge (o toma), doncella, las rosas», lo cual en realidad es una advertencia a nuestra amada para que aproveche la Belleza cuando se es joven, que disfrute de la vida —es decir, de la Juventud— porque, una vez que el tiempo haya volado, esa Belleza se marchitará como se marchitan las rosas. Este tópico está perfectamente trabajado en uno de los sonetos más bellos de la literatura universal: el soneto XXIII de Garcilaso de la Vega, soneto cuyo análisis es, en alguna medida, el pretexto para esta nota. Dice así:
En tanto que de rosa y de azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
tomad de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
Procedo a su análisis.
En los primeros dos versos dice Garcilaso: «En tanto que de rosa y de azucena / se muestra la color en vuestro gesto…», lo que quiere decir: «Mientras tu rostro tenga el color de la rosa y el color de la azucena» —es decir, el rojo y el blanco: roja sus mejillas y blanca su piel—, y sigue: «…y que vuestro mirar ardiente, honesto / con clara luz la tempestad serena», lo que significa «[Mientras] tus mejillas sean rojas y tu piel blanca, y mientras tu ardiente mirada calme la tormenta…». Garcilaso utiliza la rosa y la azucena como símbolos de la Juventud, pues es en ésta donde nuestra piel tiene un color más blanco y nuestras mejillas un color rojo más puro que en la vejez, y porque, al fin y al cabo, es en la Juventud donde nuestra mirada es más ardiente, más luminosa que en los postreros años de la vida. A propósito de lo cual, ¿valdría suponer que el más feliz de los viejos sería menos feliz al lado del más feliz de los jóvenes, puesto que los primeros están más cerca de la muerte y los segundos más cerca de la vida? ¿O acaso la edad —sea cual fuere— no tiene nada que ver con la felicidad? Ferrater Mora refiere en su Diccionario de filosofía que Georg Simmel dijo una vez: «la vida quiere siempre más vida». ¿Podría decirse, entonces, relacionándolo con el soneto de Garcilaso, que una vida sana —que tiene brillo, calor— querrá siempre más vida, es decir, más brillo, más calor… más Belleza? ¿Cuánta vida —cuánto calor— sabe un viejo que le queda? ¿Cuánta vida un joven? Pensemos en El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, novela cuyo protagonista busca que su Juventud —es decir, su Belleza— sea eterna, por el simple hecho de que no soportaría ver su rostro arrugado, cano y con los signos propios de la vejez.[3] No obstante, hay una frase del mismo Wilde que parecería contradecir la idea principal de su novela: «La tragedia de la vejez no es que uno se vuelva demasiado viejo, sino en que uno es demasiado joven».
Pero discúlpeseme esta digresión y volvamos al análisis de nuestro soneto. El segundo cuarteto refiere en sus dos primeros versos: «…y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto…», lo que viene a significar que el cabello de su amada se extrajo, se seleccionó de entre el oro; por tanto, tenemos ya tres cualidades de la amada de nuestro poeta: es de tez blanca, sus mejillas tienen un color rojo vivo y es rubia[4]. Este cabello dorado, con vuelo rápido («con vuelo presto») es movido, esparcido y desordenado por el viento, que pega también en el «hermoso cuello blanco, enhiesto». Podemos decir, por tanto, que los dos cuartetos describen las cualidades físicas de la amada, pero también funcionan como preludio a una advertencia. ¿Advertencia sobre qué? Veamos.
El primer terceto dice: «tomad de vuestra alegre primavera el dulce fruto…», que es una indicación, una exhortación a que aproveche, a que recoja el fruto más dulce que tiene la alegre primavera, o sea, la Juventud: la Belleza (también podríamos decir la salud física o el placer). Esto debe hacerse —obviamente— «antes de que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa cumbre». Es curioso el uso del adjetivo «airado», que significa «enojado», atribuido al Tiempo. ¿Por qué el Tiempo estará enojado con la amada de Garcilaso? ¿Por envidia? ¿Por celos? ¿O acaso es una cualidad universal del Tiempo el enojo? Parecería acaso que el Tiempo está enojado con las creaciones de la Naturaleza, por lo que mata a todo ser vivo; el Tiempo mata la vida y la marchita porque está en su «rencorosa» naturaleza hacerlo así. ¿Cómo manifiesta el Tiempo ese enojo? «Cubriendo de nieve la hermosa cumbre», donde «nieve» es metáfora de las canas que trae la vejez, y la hermosa cumbre, de la cabeza. El primer terceto, pues, tiene el siguiente sentido: «toma el dulce fruto de la Juventud antes de que el enojado Tiempo cubra de canas tu hermosa cabeza (o tus hermosos cabellos)». Vale comentar que resulta un poco curioso la presencia de los elementos de la Naturaleza en este soneto: «primavera», «tempestad», «luz», «cumbre», «nieve», «fruto», lo que me lleva a marcar el interesante contraste que se produce en el primer cuarteto con el primer terceto: en el primero podemos percibir el «calor», puesto que se utiliza la idea de que la ardiente mirada de la amada calma con luz clara la tormenta, mientras que en el segundo pasamos al «frío», a la «nieve» (luego viene la palabra «viento helado»), por lo que me animo a decir que la Juventud sería el calor de la vida mientras que la vejez es el frío de la misma, tal vez porque la vejez está más cerca de la muerte que de la vida, y ciertamente sería insensato atribuirle cualidades «cálidas» a la muerte, puesto que ésta es —como ya todo el mundo sabe— fría, indiferente. Al fin y al cabo, los médicos pueden darse cuenta de cuándo ha fallecido una persona con tocarle la piel y ver si ésta aún conserva cierto calor o si ya está fría.
Dice el último terceto: «Marchitará la rosa el viento helado…», lo que quiere decir simplemente que el viento helado (o sea, la muerte) le quitará la rosa, es decir, el color rojo de sus mejillas (otra vez el símbolo de la flor). Luego dice: «…todo lo mudará la edad ligera / por no hacer mudanza en su costumbre». O sea, por cambiar su costumbre. ¿Cuál? Huir, correr y nunca detenerse; así es como trabaja el Tiempo, y nadie ni nada puede quitarle esa «costumbre», esa naturaleza. En el Tiempo y no en el hombre está el impulso de huir constantemente (tempus fugit), puesto que el Tiempo puede prescindir tranquilamente del Hombre (cosa que durante millones de años ha hecho), mas éste no puede prescindir de aquél, ya que el Hombre vive en el Tiempo, para bien o para mal, con sus desventajas y sus ventajas. Sí me gustaría comunicar que tengo la impresión de que todo ser humano guarda cierto rencor —en mayor o en menor medida— con el Tiempo, cosa que podemos verificar en expresiones populares tales como «No tengo tiempo» o «Se me acaba el Tiempo», «El tiempo es oro», «El dinero es una pérdida de Tiempo»; y también en la enorme caterva de tontas teorías que han pretendido (y pretenden) negar la existencia del Tiempo, o en esa frase de San Agustín que dice: «¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, lo ignoro». La reflexión es bonita, pero nada lógica: el Tiempo existe, y si se tiene que llevar consigo la Belleza, la Juventud y el calor de nuestras vidas, pues no dudará en hacerlo.
Por todo esto, querido lector, te exhorto a recoger las rosas cuanto antes.
[1] The Philosophy of Composition.
[2] Véase su soneto Amor constante más allá de la muerte.
[3] No sé qué filósofo antiguamente supuso que la cristalización en los ojos de los viejos no obedecía tanto a una cuestión biológica como al cansancio de haber vivido tanto.
[4] Estas son las cualidades que tienen casi todos los dioses de la cultura grecorromana.