Que “los adolescentes son cada vez más rebeldes”, “que no aceptan ningún límite”, “que no respetan a nadie”, son tan solo algunas de las frases que frecuentemente circulan en los juicios cotidianos de los adultos. Sin embargo, ¿cuántas veces reflexionamos acerca de la relación entre los cambios sociales y el impacto que tienen en quienes transitan esta etapa en particular?
Entre esas transformaciones sociales nos referimos a la vivencia de mayor libertad con la que hoy se vive en el mundo occidental, respecto de tan sólo un par de décadas atrás. Esta mayor libertad no sólo ocurre en lo discursivo, en los temas de los cuales más despojadamente se hablan, sino también en actitudes, en comportamientos que antes no se manifestaban abiertamente y ahora sí y en especial en los vínculos con otros.
Para los padres esta vivencia de libertad (que incluso ellos mismos experimentan en su propia vida), puede resultar confusa a la hora de relacionarse con sus hijos adolescentes. Si bien muchos podrían pensar que los conflictos debieran de disminuir al plantearse imperativos del estilo “hacé lo que quieras” sustituyendo a la prohibición, esto no necesariamente opera de esta manera.
La libertad es un valor imprescindible y privilegiado a la hora de explorar el mundo, sus posibilidades, pensar en el proyecto de vida, la propia vocación; sin embargo planteado en términos tan amplios muchas veces se corre el riesgo de dejar al otro sin las herramientas o los medios necesarios para emprender eso que realmente quiere hacer.
El “hacé lo que quieras” trae aparejada una responsabilidad aún mayor para el adolescente, como así también la incertidumbre y el miedo frente al equívoco. Conlleva el cuestionarse si se tiene la capacidad para concretar “lo mucho que se espera de él”, cuando se le indica que –supuestamente – no se espera nada en particular.
En definitiva no es la libertad la que deba cuestionarse ni el comportamiento de los adolescentes ‘en abstracto’. Lo que se debe tener en cuenta es que aún en este contexto social, los padres deben seguir proveyendo a sus hijos de marcos de referencia claros. Es decir, la posibilidad de fomentar que tomen sus propias decisiones y desplieguen su máximo potencial, brindando el acompañamiento y la contención emocional ante sus inquietudes e inseguridades en esta, como en todas las etapas de la vida.