Como siempre en una madrugada de domingo, caminando junto al variado grupo de zombis nocturnos, me encontré apoyando la espalda en la muralla del Telepizza, ese que esta en plena Plaza Italia, cerca de la estación Baquedano, línea 5, por si alguna vez a un lector se le ocurre «verificar» la realidad de mis crónicas por sí mismo.
Los zombis eran diferentes grupitos; desde los pelolais jai con camisetitas a cuadrillé con graduaciones de colores de rojo hasta las ratas cochinas de ciudad, esas que no se lavan el pelo, usan chaquetas de cuero y tienen camisetas de bandas de nombre ilegible, visten de negro y están llenos de tatuajes horribles, pasando por el grupo de colas alegres y gritonas que se hacían las yeguas recién salidas del Fausto. Yo, era un extraño híbrido de los tres. Pero eso no viene al cuento.
En aquel punto nocturno de la capital,se reúnen también lo muy famosos flaites o cumas chilensis, conocidos por su extraña forma de hablar y de agitar los brazos como si fueran una garza, de usar ropa deportiva cuando con cuea se mueven pá encender un pito y tener la desagradable costumbre de usar sus modernos teléfonos móviles para escuchar reggaetón a todo volumen, empequeñecer sus cerebros hechos música.
En esta variada fauna, estaba una conocida mujer camión. No, no, no es un Transformer. Es simplemente una chica lesbiana de unos dieciocho años, de pelo corto, jockey hacia atrás de color azul, pantalones apretados y una camisa sin mangas que muestra sus poderosos brazos musculosos.
Son algo amenazadoras, la verdad
Yo macheteaba un cigarro, esperando a encontrar a mi grupo de amigoxs yegua que aún no se dignaban a aparecer, ya que entre tanta multitud ebria y gritona, los perdí. Pero pasar por el Telepizza, es una obligación; no solo a buscar comida para el bajón madrugador, si no también para tomar los buses que llevan directo a casa.
Uno de los flaites se pone a mi lado. Me mira y me pregunta si tengo un cigarro.
—No hermano, lo machetié —digo yo, evocando su dialecto.
—Oh, cacha esos dos locos. Parecen maricones. Si se dan un beso, les pego —me dice, mirando con estupefacción a las dos camionas que se estaban abrazando.
Le iba a preguntar si se daba cuenta de que en verdad eran dos mujeres. Y que en este sector de la capital, a solo medio kilómetro, estaban por los menos diez discotecas gays under de la ciudad. Yo venía de una.
No dije nada, simplemente, me encogí de hombros. Las dos camionas se dan un beso.
—!SHIAAA LOCO, LOREA!
El flaite, con toda su galantería arpona, va caminado hacia las chicas y les empieza a lanzar un rosario de insultos, tratándolas como hombres. La camiona anteriormente descrita, le pide a su novia o amiga o lo que sea, que le tenga la chaqueta. La otra obedece.
—¿Qué hueá te pasa conchetumare?
Es ahí cuando el flaite homofóbico se da cuenta de que es una chica. Pero es tarde, ya que el puño le impacta de manera directa en su rostro. Cae de espalda. Le sangra la nariz y un desfile de colas, punkis y pelolais se largan a reír, aplaudiendo la acción.
Su otro amigo le va a ayudar. Se van avergonzados.
Yo sigo esperando a mis amigos, sin poder evitar la risa. Todas las noches en el Bellavista pasa algo.
Nota del editor: Si sufriste o fuiste testigo de un acto de discriminación consulta a los entes responsables de tu país y realiza la denuncia.