Hoy fue un día muy particular, en el cual el cansancio y algunos temas angustiantes que rondaban en mi cabeza me llevaron por el camino del llanto. Como ser que se resiste a mostrarse frágil y que posee la infeliz capacidad de racionalizar todo, me pregunté, entre sollozos, cuáles son los beneficios de llorar. Obviamente, se me ocurrió visitar a nuestro querido y ponderado amigo Google para ver qué decía, y me brindó la siguiente respuesta:
- Elimina emociones negativas.
- Ayuda a aceptar el error para corregirlo.
- Expresa sentimientos.
- Es un grito de ayuda.
- Genera bienestar.
- Ayuda al autoconocimiento.
- Elimina toxinas.
- Libera el estrés.
Al leer todas esas ventajas no pude más que pensar en lo positivo de mis lágrimas y preguntarme: si es tan beneficioso y ayuda a eliminar lo negativo de la mente y el cuerpo, entonces, ¿por qué nos resistimos a llorar?
Vivimos en una era en la que el bienestar y la felicidad son el fin anhelado, e incluso solemos pensar que ellos deberían dársenos sin estrés, dolor y malestares. Si estamos pasando un buen momento, negamos que pueda haber oscuridad o trabas en el camino, y, a la inversa, si estamos mal, vemos todo de un modo negativo sin poder percibir nada bueno. Viene a mi mente el símbolo del yin y yang para ilustrar este pensamiento.
Creo que el desafío, seguramente el más difícil, es ser objetivos ante la realidad que nos toca atravesar y valorar cada momento con la mayor honestidad posible haciendo una verdadera lectura de las situaciones que atravesamos. Con esta conclusión, y observando el vaso completo y ya no sólo el medio vacío, abracé simbólicamente mis lágrimas, les agradecí su presencia y les sonreí.