Psicología, Bienestar, Emociones
Cuando la alarma no funciona como debe
Hoy en día la frase “ataque de pánico” se usa y repite frecuentemente. Todos pueden nombrar a un amigo, familiar o conocido que tuvo o dice haber sufrido un ataque de pánico. Es común que se discuta este tema en programas de televisión. Asimismo, [rad-hl]internet está repleto de información que, en ocasiones, es contradictoria[/rad-hl]. Es importante entonces poder entender qué son realmente y que significan.
[rad-hl]“Ataque de pánico”[/rad-hl]
Ya las palabras mismas dan la impresión de algo terrible, súbito y muy intenso. En realidad, éstos no son más que una manifestación extrema de la ansiedad, una emoción normal que está presente en todos los seres humanos, y que tiene un propósito claro y evolutivo: preparar al cuerpo para defenderse (o huir) frente a un posible peligro. En este sentido, podemos pensar a la ansiedad como la alarma de un auto: su propósito es avisar cuando algo que se interpreta como peligroso está por suceder.
De esta manera se “activa” la ansiedad, lo que genera una gran cantidad de cambios en el cuerpo, todos orientados a prepararlo para enfrentar el peligro: el corazón late más rápido (llevando así más sangre a los músculos), se respira con mayor frecuencia y menor profundidad (permitiendo tener más aire en los pulmones), los músculos tiemblan (preparándose así para la acción), las pupilas se dilatan (para ampliar el campo visual y poder percibir más detalles de la escena).
La ansiedad es una respuesta adaptativa y esperable en muchas situaciones:
Imaginemos que estamos caminando de noche por las calles de una ciudad que no conocemos y en una zona que nos han advertido que es muy insegura. Lo más probable es que experimentemos una o varias de las sensaciones descritas anteriormente. En ese contexto es esperable y normal.
Sin embargo, en algunas ocasiones sucede que la respuesta ansiosa que manifiestan algunas personas es excesiva (de acuerdo a la situación en la que se encuentran) o es irracional en su aparición (ya que no se evidencia un peligro objetivo). En este caso hay que pensar en las alarmas de aquéllos autos que se encuentran des calibradas: [rad-hl]suenan por cosas por las que no deberían activarse[/rad-hl] (¿quién no tiene un vecino cuyo auto suena a toda hora, simplemente porque alguien pasó cerca?). En esas ocasiones es cuando se manifiestan los ataques de pánico.
Estos se pueden entender como la aparición repentina de un miedo y malestar muy intensos, acompañados por sensaciones físicas como: [rad-hl]ahogos, palpitaciones, sudoración, temblores, opresión en el pecho, nauseas, entre otras[/rad-hl]. Estas crisis son acompañadas por un sentimiento de peligro inminente y una necesidad de escapar de la situación en la que uno se encuentra. Durante la crisis, la persona está completamente segura de que está al borde de la muerte, de la locura o de perder el control de sí mismo.
Algo que es importante tener en cuenta es que [rad-hl]el riesgo de muerte de los ataques de pánico o de sufrir algún tipo de daño psíquico es 0%[/rad-hl]. La intensidad de las sensaciones físicas (que como se dijo anteriormente son normales) se debe a que las personas se asustan de ellas, las consideran como pruebas indiscutibles de que algo terrible está a punto de suceder, lo que causa que las sensaciones aumenten, lo que genera a su vez más miedo y ansiedad. De esta manera, se genera involuntariamente un círculo vicioso. Adicionalmente, suele suceder que luego de un ataque de pánico, la persona experimente miedo de volver a sufrir otra crisis, lo que la lleva a estar más pendiente de las señales somáticas mencionadas y puede ocasionar que la persona comience a evitar aquello que cree le generará un nuevo episodio de ansiedad.
Todos sentimos ansiedad (en diferentes intensidades) regularmente. Es conveniente buscar ayuda profesional cuando los efectos de esta ansiedad empiezan a perturbar áreas de nuestra vida cotidiana (trabajo, relaciones sociales, familia, etc.) Es primordial que haya una evaluación completa (que en ocasiones puede incluir exámenes médicos) para diagnosticar el problema y ofrecer el tratamiento adecuado.