Aveces, sólo un movimiento de ratón puede parecer suficiente para significarse con algo. Lo que conocemos como ciberactivismo está adquiriendo cada vez más relevancia. Lo hace en medio de una estafa masiva como la que está llenando nuestras calles de mareas ciudadanas indignadas por una situación insostenible. Tres millones y medio de personas llevan más de un año buscando trabajo en nuestro país (España).
Muchos hablan ya de una década perdida. Los recortes sociales impuestos sin consenso y bajo el paraguas de la austeridad harán que para muchos ciudadanos esta situación se torne crónica. Ante todo esto, asociaciones, colectivos y movimientos sociales repiten incesantemente que ‘’sí se puede’’. En España se destruye un puesto de trabajo cada minuto y, lejos de anunciar medidas reales que ayuden a paliar esta situación sangrante e insostenible, el Gobierno central insiste en que ‘’estamos en el buen camino’’. La cuestión es a dónde nos lleva.
La acción combativa y de denuncia de colectivos y asociaciones choca a veces con la de otras personas que trabajan de forma más directa con los colectivos en riesgo de exclusión social o que viven ya en la más indignante de las pobrezas. Ambas vías de acción deben complementarse. Porque, mientras denunciamos, luchamos y combatimos, la gente sigue pasando hambre. Hay que recordar que hay muchas familias que envían a sus hijos a clase sin desayunar o que hay centros en los que están dejando de cobrar por el servicio de comedor a sabiendas de que, en muchos casos, la del mediodía es la única comida que los niños hacen al día. Esto dista mucho de la demagogia o del afán de apelar a la sensiblería. Darles a estas familias un paquete de galletas y unas latas de conserva no está reñido con salir a la calle a denunciar la situación de empobrecimiento que, en Asturias, viven 180.000 personas.
Por eso, la acción social debe ir más allá de la ayuda directa. Debe transformarnos a nosotros mismos como ciudadanos y ciudadanas. Y alimentar las conciencias críticas.