Estoy en Shiki, una pequeña ciudad de Japón donde durante cinco días pude ser testigo del secreto más grande de este país milenario: los japoneses tienen y protegen todas las sonrisas del mundo.
Japón siempre fue un maravilloso misterio para mí, aunque me atraía su capacidad de reinventarse, su enigmática y fantástica cultura, la deliciosa comida que en Occidente conocemos. Sin duda, con el pasar del tiempo se convirtió en un destino inevitable para seguir escribiendo mis diarios de viaje.
Y qué felicidad me dio haberlo visitado. Tuve la fortuna de hospedarme en la casa de una tradicional familia japonesa. Debo confesar que mi estadía en la estructura nipona —con su tradicional genkan (lugar donde nos descalzamos), sus paneles corredizos (conocidos como fusuma) que dividen las habitaciones y el futón al piso que sustituía a la cama— me ha deparado una experiencia sumamente placentera. Esta introducción no es más para contarte que estuve alejado del hermetismo de un hotel rodeado de turistas y de las comodidades occidentales que separan la experiencia local de solo un paseo superficial.
Todos los días salía muy temprano a las silenciosas e impecables calles de Shiki. Era inevitable no encontrarte con tus pensamientos, la paz, la serenidad, el sonido del viento. Los pequeños campanarios en las ventanas se mantenían como un hilo musical durante todo el camino a la estación de trenes. Al llegar, compraba mi desayuno en un pequeño y lindo lugar atendido por un total de ocho empleados, quienes, desde el primer momento, estallaban con una enorme sonrisa y en coro te decían: «kon-nichiwa, irasshaimase!» (¡Hola, bienvenido!), y cada uno dejaba de hacer lo que estaba haciendo y se dirigía a su puesto de trabajo para poder atenderte. Una especie de pelotón listo para brindarte el mejor servicio posible, ahí, en esa pequeña tienda de comestibles.
Era encantador poder sentir que mi mirada se encontraba con la de cada uno de los vendedores, sonreír y realizar la transacción en segundos, pero manteniendo contacto humano.
Desde el primer día, hablé sobre esto con mi gran amigo japonés Masaaki: «¿De qué se trata todo esto?, ¿qué motiva a los japoneses a brindar esta calidad de servicio?». Su respuesta estallaría en mi conciencia hasta el punto que jamás la olvidaré: «Rob, esto es normal. Es decir, el japonés sea cual sea su trabajo lo va a hacer cada día mejor porque simplemente el trabajo que te sea asignado es una bendición, un compromiso y un gran honor, porque te eligieron a ti y debes dar lo mejor. Es por esa razón que cualquier persona, en el rubro que sea, siempre brindará solo lo mejor de sí hacia sus clientes y compañeros». Indudablemente, no pude dejar de pensar en lo que en Occidente llamamos calidad de servicio y en cómo hemos olvidado hace mucho el principio básico que me transmitió Masaaki.
El recorrido continuaba, y no dejaba de encontrarme con grandes sonrisas, no solo en trabajadores, sino también en la gente que transitaba junto a mí en trenes, autos, bares, cafés y restaurantes. Recuerdo que Christopher (mi compañero de grandes aventuras) le cedió el asiento a una mujer japonesa que no podía controlar a sus dos pequeños hijos; ella, al principio, se lo agradeció sonriendo, pero diciendo que no era necesario. Christopher insistió, y ella tomó su asiento. Durante todo el camino, ella y los pasajeros cercanos no dejaron de agradecerle a Christopher por el «gran gesto».
Ni hablar de la comunicación alrededor de Tokio: campañas publicitarias, mensajes dentro de vagones, estaciones y comerciales de televisión están diseñados para conectar con empatía y asertividad convirtiendo el recorrido en una experiencia colorida y amigable.
Quería escribir esta nota sin recurrir a fuentes y presentar estadísticas sobre felicidad en Japón y no pude evitarlo, la curiosidad me llevó a ciertos rankings que hablan de lo «infelices» que son sus habitantes. Los ubican en puestos alejados del top 10 de ciudades más felices del mundo, se habla acerca de las tazas de suicidio y depresión, pero ¿esto no ocurre en todos los países? Quizás Japón transmite estas cifras porque están decididos a no ocultar los números, y equilibran estos problemas aumentando la conciencia social e incentivando a sus habitantes a proteger y mantener su tierra en comunidad.
En definitiva, ¿qué es la felicidad? Es un concepto subjetivo que asociamos al hecho de que, a pesar de las circunstancias —por más trágicas que sean—, nos reímos, o es poder vivir la vida con sus diversos colores, aprender de lo ocurrido y trabajar como sociedad para que, ante una desgracia inevitable (como un desastre natural), no se vuelvan a cometer errores que deterioren cada vez más lo que tanto ha costado construir. Pues bien, los japoneses creen que la felicidad es lo segundo.
La experiencia nipona no es para todos, tu mente debe estar dispuesta a recibir una alta dosis de sonrisas desde el primer momento y una gran cantidad de origami al partir. Porque, al fin y al cabo, eso es lo que buscaba, aunque no lo supe hasta que me fui de Japón.