Johan Carlos Piña | Venezuela
En una oportunidad, a la edad de 17 años, me topé con una persona que no compartía mis creencias religiosas, o por lo menos, en lo que me había formado. Para mí, obviamente, era mi verdad. Sumado a eso, mi edad, con las hormonas al máximo, sintiéndome como una navaja de doble filo, actúe, como yo creí era la forma correcta. Hoy yo la denomino la forma más inmadura e irresponsable. Me enfrenté a esa persona, desde el terreno verbal, y usé todos los argumentos que para mi eran satisfactorios, él hacía lo propio, claro, cuando yo le permitía expresarse. Quise demostrarle que él estaba rotundamente equivocado, y que la verdad, era la que en ese momento le estaba profesando. Al final, como era de esperarse, la persona se fue con su verdad, y bien molesto, Y yo me quede con la mía, también irritado totalmente. Pasaron 5 años, para que me diese cuenta, que había cometido un groso error, que lamentablemente, había pasado al sitio más peligroso y enfermizo: los extremos.
Este es solo uno, de tantas situaciones experimentadas respecto a creer que lo que veo, lo deben ver todos, que lo que siento, todos deben sentirlo. Pasado el tiempo, empecé a comprender, por que tantos líos, enfrentamientos, peleas, discusiones entre parejas, hermanos, padres e hijos, amigos y enemigos (Que eran amigos, antes de defender sus verdades).
Me he quedado asombrado, cuando, en el momento, en pleno desarrollo de una situación, donde defiendo mi posición, mi mente construye todos los análisis y argumentos que me convencen que soy dueño de la verdad, y luego, pasada la situación, ya en otro nivel de consciencia, haciendo una retrospección, me doy cuenta que no debí actuar de esa manera, que no debí decir esa palabra. Aristóteles, lo comprendió muy bien, y por ello dijo: “El sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice”.
En la introducción mencioné sobre el caso de mi abuela, y lo que ella creía respecto a que no llegaríamos al dos mil, esa fue una creencia, que obviamente, venía de sus antecesores, para los cuales también era su verdad.
Recuerdo que cuando en la casa de mi abuela se caía una cuchara al piso, ella inmediatamente decía: Viene una mujer. Si caía un cuchillo, vendría sería un hombre. El tenedor se los dejo a su imaginación. Un día, mi padrastro, de manera jocosa comentó: si se caen todos los cubiertos al piso, hay que salir corriendo, porque viene un gentío.
Tal vez, si enumerara las creencias, tabúes, verdades de mis abuelos y bisabuelos, y los uno con los de otras familias, la lista, sin exagerar, serían miles. Si le pisabas la cola a un gato, te casarías con una vieja, o un viejo. Al gato solo le dolería la pisada. Pasar por debajo de una escalera, era de mala suerte, suerte si leíste esto antes de pasar por la escalera. Ver a tu futura esposa con el vestido de novia, era un mal presagio, sobre todo si el vestido no le quedaba el día del matrimonio. Comer desde el sartén u olla, de seguro el día de tu funeral llovería, sobre todo si mueres en época de invierno.
Un día me encontraba en la radio, precisamente hablando sobre temas relacionados con supersticiones y creencias, recuerdo que le comente al moderador del programa, que en casa me habían enseñado que soñar que se te caía un diente era porque se te iba a morir a un familiar, y comente que si soñabas que se te caían todos los dientes, entonces te quedarías sin familia. El conductor del programa se carcajeó.
Cuando estaba en el primer semestre de la Universidad, empecé a estudiar la Ley de Murphy, una forma cómica, irónica de ver las cosas, desde el lado más pesimista. Aunque es una ley empírica, muchos de sus enunciados, tal vez querido lector te ha tocado vivirlos. Cuando no buscas algo, lo encuentras. Cuando cargas una parte adolorida del cuerpo, siempre te vas a llevar un golpe allí. La más famosa que dice: cuando cae el pan al suelo siempre cae del lado de la mantequilla, en fin son muchos los enunciados, de hecho, hasta los dividieron de acuerdo a profesión u oficio. Lo cierto del caso, es que me apasioné tanto con esa ley, que sentí, que los mismos me perseguían. Un día estaba dando una clase en la academia sobre las habilidades de un asistente, la atención al público y teléfono, y comentaba que cuando alguien llama y te va a dejar un recado, tienes el lápiz a la mano pero no el papel, o viceversa. Pero cuando tienes a la mano ambos, nadie deja mensajes. Recuerdo que luego cuando llamaban a la academia, lo vivía en carne propia. Para mí era una satisfacción ser víctima de la Ley de Murphy. Ya los más allegados a mí, cuando les pasaba algo relacionado con ella, me decían: Tú y tu ley de Murphy, no me la menciones más!
He observado a amigos, de hecho familiares, que así como la Ley de Murphy, han creado sus propias leyes sobre el destino de su vida, leyes por cierto a veces más pesimistas que las que leí. De hecho, algunos hasta creen que sus familias fueron destinadas a ese tipo de vida, y que lamentablemente ellos y sus descendencias correrán la misma suerte.
Y solo cada una de ellas, tienen en sus manos, el poder de elegir el destino de su existencia, pero, tristemente, se aferran a sus verdades, a sus dogmas, tabúes y lo que para ellos es real.
Una vez leí que para los demonios, la oscuridad es luz.
Comprendí, que desde donde estoy, desde el lugar que observo, con los lentes que miro, y bajo las condiciones que me he formado, eso creará mi realidad, tal vez me encuentre en el fango, rodeado de olores desagradables, y yo me sienta en un jacuzzi, y huela solo a jazmín, violetas y rosas.
Vuelvo a citar otra parte de la película Matrix, ya que encaja perfectamente en lo que quiero mostrar. MORFEO dice: “¿Qué es real? ¿De qué modo definirías real? Si te refieres a lo que puedes sentir, a lo que puedes oler, a lo que puedes saborear y ver, lo real podría ser señales eléctricas interpretadas por tu cerebro.”
Morfeo le advierte del peligro a Neo: “Son las mentes de los mismos que intentamos salvar. Pero hasta que no lo hagamos, siguen formando parte de ese sistema y eso hace que sean nuestros enemigos. Tienes que entender que la mayoría de ellos no están preparados para ser desenchufados. Y muchos están tan habituados, dependen tan absolutamente del sistema, que lucharían para protegerlo.”
La sociedad, apoyada en todos los recursos existentes, llámese medios de comunicación, publicidad, telecomunicaciones, entre otros, nos muestra la realidad a conveniencia, si solo me baso en la información que recibo directamente, y no me ocupo en crear consciencia crítica, en indagar mas, observar desde varios ángulos, terminaré viendo, lo que me quieren hacer ver, y en base a eso, yo querré hacer ver a otros lo que yo acepte como real.
A veces he querido sugerirle a alguien, que si viera las cosas desde otro ángulo tendría una visión más amplia y esto le ayudaría a solucionar muchas cosas por las que está pasando. Sin embargo, la persona se aferra a su mundo, lo protege, y al final yo termino siendo el loco, el que no encaja. Obviamente, ya no actúo como cuando tenía 17 años, simplemente comprendo, que la persona no toleraría ni por un segundo quitarse sus lentes para ponerse otros. Cuando me toca hablar en conferencias o a través de emisoras radiales sobre la visión, siempre traigo a colación la respuesta que le dio a un periodista esa gran mujer, ejemplo para todos, Helen Keller, el periodista le pregunta: ¿Hay algo peor que estar ciego? Y ella respondió: si, tener vista, pero no tener una visión.
Cuántas personas hay en las calles, con una vista lúcida, pero que tal cual los caballos con sus gríngolas, solo ven hacia un solo lugar, no se permiten observar el mundo desde otra perspectiva. Y muchos de ellos hoy día posiblemente, estén dando clases en el colegio donde estudian nuestros hijos, son los que están tomando decisiones sobre qué medida económica, política o social es la que ellos creen mejor para el país que dirigen. Con justa razón, Jesús de Nazareth diría: “Dejadlos. Son ciegos, guía de ciegos”.
¿Te presto mis lentes? Solo así podrás ver lo que para mí es real, y préstame los tuyos, para ver el mundo desde tu óptica. Ya vimos como desde pequeños nos programan, de acuerdo al mundo que nos hagan ver desde antes de nacer, ese será el mundo que creemos estamos viendo. No quiero con esto transmitir que Ud. querido lector este errado, tampoco quiero afirmar que existe una verdad absoluta, porque realmente no la hay. Solo quiero transmitir lo que he experimentado, lo que he podido observar en otros, lo que he aprendido en la Universidad de la Vida. Me encanta mucho el relato que una vez leí en el libro “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva” de Stephen Covey, Cuenta el escritor: “un hecho que le ocurrió en una mañana de domingo, en el metro de Nueva York. Las personas estaban calmadamente leyendo el periódico, divagando, descansando con los ojos entreabiertos. Era una escena relajada y tranquila. Súbitamente, un hombre entró en el vagón con los hijos. Los niños hacían algazara y se portaban mal. El clima cambió instantáneamente. El hombre se sentó al lado de Stephen y cerró los ojos, aparentemente ignorando la situación.
Los niños corrían de un lado a otro, tiraban objetos y llegaban a tirar de los periódicos de los pasajeros, molestando a todos. Aún así el padre nada hacía.
Para Stephen era casi imposible evitar la irritación. Él no podía creer que el padre sería tan insensible a punto de dejar que sus hijos molestasen a los demás de aquella manera, sin tener ninguna actitud. Se podía percibir fácilmente que las demás personas también estaban irritadas. En determinado momento, mientras aún conseguía mantener la calma y el control, Stephen se volvió para el hombre y le dijo: “Señor, sus hijos están perturbando a muchas personas. ¿Usted no podría hacer algo?”
El hombre lo miró, como si estuviera tomando consciencia de la situación en aquel exacto momento, y le dijo calmadamente: “Sí, creo que usted tiene razón. Pienso que debería hacer algo. Acabamos de salir del hospital, donde su madre ha muerto hace una hora… No sé qué pensar, y me parece que ellos tampoco saben qué hacer.”
Puedo imaginarme cómo Stephen se sintió en aquél momento, ya que, aunque no en una situación igual, he vivido escenas donde he juzgado a alguien, sin conocer los motivos reales que lo han llevado a actuar de esa manera, luego cuando he descubierto el por qué de esa acción, me he reunido con esa persona para ofrecerle mis disculpas y también mi apoyo.