Comportamiento, Relaciones, Psicología
Por Sofía García Belmonte | Argentina
l diccionario define la palabra rencor como “resentimiento arraigado y tenaz”, proviene del término latín rancere que significa “oler mal”. A su vez, “resentirse”, en su sentido figurado, significa “tener sentimiento, pesar o enojo por una cosa”. Una persona resentida experimenta un sentimiento desagradable o también de enojo persistente que, pese a que la situación haya cambiado o el tiempo haya transcurrido, sigue en la actualidad manifestándose en toda su potencia. Tal vez es por ello que se utilice el prefijo “re” en “resentimiento”, ya que “re” alude a algo que es muy fuerte, pero también a algo que se repite.
Es curioso, que por lo general, cuando utilizamos esta palabra para atribuírsela a alguien, solemos decir, por ejemplo, “esta persona es rencorosa”, subrayando el hecho de que forma parte de una modalidad de su carácter. En cambio para el término resentimiento solemos utilizar más comúnmente las dos expresiones: “está resentida” o “es resentida”, señalando así que este afecto puede encontrarse más o menos arraigado en la persona.
Dejando de lado estas ocurrencias que señalan matices, hallamos asociado a lo que venimos describiendo un sentimiento de injusticia que la persona experimenta frente a un hecho que considera como un perjuicio. De esta manera, el rencoroso se siente acreedor de una deuda, merecedor de un resarcimiento que, en relación a la persistencia y fuerza que tiene este sentimiento, parece ser prácticamente impagable.
Intentando profundizar un poco más, vemos entonces que el rencor coloca a la persona en el lugar de una víctima que, ofendida, se siente con derecho a reclamar y atormentar a otras personas. Es común que bajo esta tendencia que convierte al injuriado en alguien que injuria, se encuentren ocultos otros afectos dolorosos, muchos de los cuales se relacionan íntimamente con la participación que tiene el rencoroso en el suceso que lo dañó. Esta es una manera, por ejemplo, de evitar sentir culpa o una sensación de insuficiencia, que de tenerlos presentes, resultarían todavía más insoportables que el mismo rencor.
Cuando uno sostiene el resentimiento y culpabiliza a otra persona, está evitando sentirse malo pero en el fondo no logra quedarse tranquilo, aumentando así cada vez más los propios sentimientos de culpa que, como en un círculo vicioso, conducen a más resentimiento.
Esto último nos lleva a pensar que tal vez, lo que huela mal en el rencor, no sólo sean los motivos que lo sostienen, sino también, que en la medida en que uno se queda fijado en esta postura se estanca en la vida, eludiendo otros desenlaces que, asociados al duelo, la aceptación de los límites –propios y ajenos- y la responsabilidad, podrían resultar más saludables.