Se encontraron en la arena
los dos gallos frente a frente.
El gallo negro era grande
pero el rojo era valiente.
Chicho Sánchez Ferlosio
(Gallo rojo, gallo negro)
Buenos Aires. Esquina Av. de Mayo y Salta. Vuelan, de vereda a vereda, granadas de porcelana, pequeñas bombas de cristal, proyectiles de madera y terciopelo. Son tazas, sifones, botellas y sillas, que atraviesan el espacio aéreo entre el Café Iberia y el Bar del Hotel Español.
En la esquina más ibérica de esta ciudad porteña es 1938, y la ochava sur se transforma en un campo de batalla criollo de la Guerra Civil Española, cuando un camión con altoparlantes se atraviesa en la esquina y hace sonar “el Himno de Riego”, cuyas estrofas amarillentas escritas en el siglo XIX hoy no agitarían ni al más fervoroso de los fanáticos, aunque en ese entonces hacían redoblar los pechos republicanos con encendidas consignas antifascistas.
De cara al Río de la Plata, como debería mirarse siempre a esta ciudad, el Café Iberia se ubica a la izquierda y el Español, a la derecha. Justicia poética mediante, el Iberia era refugio de partidarios republicanos, y el Español un búnker para los simpatizantes del franquismo.
La guerra nunca fue una preocupación exclusiva de la colectividad. Además de los migrantes mismos, sus hijos y sus nietos, también los locales empuñaron con valentía las armas de porcelana para ambos bandos de la afrenta -y de la avenida-.
La Guerra Civil Española conmovió a toda la sociedad argentina, que se movilizó en ayuda de uno u otro bando.
Los cafés de Buenos Aires, de paredes eclécticas y pisos ajedrezados, respiran historia y política. Allí se discuten, se traducen y se adaptan los acontecimientos internacionales a la idiosincrasia local. Las grietas no son un fenómeno contemporáneo. Tampoco la solidaridad.
El mundo en una esquina, la historia en un domo de nieve de juguete. El café Iberia está abierto al público. Vale la pena sentarse en alguna de sus mesas, frecuentadas por personajes tan disímiles como Yrigoyen, Lorca, o Borges, tomar un café, enojarse con el titular de un diario del que ya se conoce la línea editorial, y opinar, como gallito de pelea, eso que disfrutamos tanto nosotros, los argentinos.