Se puede estar bien solo y sentirse solo estando rodeado de otros. Esto es el aislamiento social no deseado, una «pandemia» que afecta a cada vez más personas. Las causas materiales que explican este flagelo son, en primer lugar, los movimientos de las estructuras demográficas.
La esperanza de vida ha aumentado, y esto provocó cambios subjetivos. Por ejemplo, la voluntad de los adultos mayores de preservar su autonomía hasta el final. Otro caso es el resultado de las separaciones tardías: parejas que no se animaban a encarar un divorcio en el pasado y, por lo tanto, lo hacen cuando los hijos ya son mayores.
Vale destacar el cambio en la posición de las mujeres en la sociedad, que ya no se limita al rol tradicional de madre, sino que disputa con los hombres el mercado laboral, y a menudo estas eligen priorizar el estudio y las carreras profesionales. A ello hay que sumar las crisis económicas recurrentes.
En todo caso, cada vez más personas viven solas. Los hogares unipersonales pasaron de 30 % a 35 % en Alemania, de 13 % a 23 % en España y de 13 % a 27 % en Estados Unidos. El fenómeno es una función del desarrollo: a mayor nivel de ingreso, más porcentaje de hogares unipersonales. En Japón, un impresionante 40 % de los hogares está habitado por una sola persona.
Un mundo solitario
El mercado ya opera sobre esta enorme masa de solos. Construye para ellos nuevos proyectos de viviendas, gigantescos edificios de departamentos de uno o dos ambientes con espacios comunes que van desde gimnasios y piletas a ámbitos de trabajo compartidos a los que los vecinos pueden ir con su laptop, asegurándose un mínimo de contacto humano en medio de una jornada solitaria.
El aislamiento social no deseado produce efectos muy dañinos sobre quien lo padece, a punto tal que la OMS (Organización Mundial de la Salud) define a la soledad como una «epidemia» contemporánea que puede incluir los siguientes síntomas: angustia, ansiedad, depresión, trastornos de sueño, baja autoestima, afectación del sistema inmunológico, drogadicción y alcoholismo.
Los jóvenes se sienten muy solos porque el mundo actual es muy competitivo y acusan la falta de trabajo y de perspectivas. La distancia social no se mide en metros. La tecnología no solo no parece capaz de frenar la «epidemia» de la soledad, sino que, además, ha conseguido alterar la percepción que de ella se tiene. Cada vez más personas viven solas y las tasas de suicidio parecen estar aumentando.
El fortalecimiento de las familias es esencial y el camino de los sistemas políticos mundiales no ayuda a resolver este flagelo. Hace falta una nueva orientación, una nueva sensibilidad y un cambio de perspectiva que remuevan las condiciones sociales y ambientales que generan la epidemia de la soledad. ¿Sufrís la soledad?