Entre las series que miraba en la adolescencia, las que más me gustaban eran Friends y Seinfeld. Aunque ambas son sitcoms, y de la misma época, la diferencia entre ellas es que los personajes de Seinfeld no aprenden, no mejoran con la experiencia, son cínicos, fallados, como lo somos todxs. En Seinfeld no hay bajadas de línea, no hay golpes bajos, no hay moraleja, ni cuentos de amor romántico. Y sí, ninguna de las dos pasa el «feminismómetro». Lo sé.
Hoy, cuando apareció en Netflix me entusiasmé, apenas la vi online la arranqué de cero. El capítulo 1 de la temporada 1 se llama: «Visitante inesperada». En el monólogo de inicio, Jerry dice que todo se trata de «salir». Que salir es una de las experiencias más placenteras de la vida. Querés salir, te preparás, elegís la ropa, te duchás. Llegás al lugar y ¿qué hacés?, mirás la hora y decís: «deberíamos ir volviendo». Siempre que salís querés volver, querés irte a dormir, levantarte y volver a salir mañana. Donde sea que estés en tu vida, dice, sentís que tenés que irte, que lo mejor está en otro lado, y te lo estás perdiendo.
En la primera escena, Jerry y George están sentados en un café y George le pregunta por qué no va a dar el segundo show mañana. Jerry le cuenta que quizás venga una chica que conoció hace poco, que es inteligente, simpática y muy linda, que la conversación con ella fue cómoda y fluida. Hablar con ella fue como hablar con vos, le dice, pero obviamente mucho mejor. George, como cualquiera de nuestrxs amigxs, se entusiasma: «entonces ella te llamó y quiere salir mañana a la noche, qué genial». «Bueno, no exactamente, me llamó y me dijo que tiene que venir por un seminario, y que quizás podríamos vernos». George lo para en seco: «Un segundo, tiene ¿que…? ¿Tiene que venir? ¿Y “quizás nos podríamos ver”? ¿”Tiene que” y “quizás”? Odio tener que decirte esto, pero no la vas a ver».
Jerry sube el tono e increpa: «¿Por qué? ¿Me lo decís en serio? ¿Y por qué me llamó, entonces?», «No te lo quería decir, pero sos su back up. Estás en segundo lugar, sos el “por si acaso”, el plan B, una contingencia», responde George.
Cuando Jerry se resigna, y piensa que malinterpretó todo, que vio señales donde no las había, ella lo llama, y le pide quedarse en su casa, le dice que no pudo encontrar una habitación. George, ahora del lado opuesto de la argumentación, dice que es imposible no encontrar una habitación disponible en la ciudad. ¿Qué necesitás? ¿Una bandera? Esta es la señal.
Sí, todo un poco turbio.
Cuando Jerry finalmente se encuentra con ella, se entera que está en pareja, a días de casarse. El mundo de las citas, dice en el monólogo final, no es divertido, es un mundo de presiones, de tensión, de dolor. Una cita es una entrevista laboral que dura toda la noche.
Sin entrar en lo binario, esencialista, y heterosexual de todo este postulado, porque casi ningún producto cultural ha envejecido bien a la luz de la revolución que viene produciendo el movimiento feminista, parece claro que se hace necesario salir de estos lugares comunes.
Lejos estoy de culpar a la comunicación virtual de las dificultades crecientes para crear conexiones atentas y empáticas. El problema no es la virtualidad, no es una dimensión fuera de nosotrxs. Ahí recreamos, volvemos a tejer, el mundo. Allí también habitamos, afectamos y somos afectadxs por lxs otrxs. El problema, creo, es que las lógicas y prácticas que operan en lo virtual, donde parece haber una tendencia a no hacerse cargo de las acciones, donde no es necesario responsabilizarse ante un otrx porque no hay mediación del cuerpo, de la persona en el mundo de la vida, desbordan lo virtual para formar parte de la manera en que nos relacionamos en el mundo real. Esta retroalimentación configura muchas de las prácticas crueles y desatentas a las que todxs estamos expuestxs, a veces como víctimas y otras tantas como ejecutores. Nadie se salva, todxs somos, alternativamente, lobos y corderos.
Tengo una amiga programadora que, cansada de estos intercambios que se repiten siempre bajo las mismas lógicas, creó un juego usando las respuestas promedio de los varones heterosexuales en Tinder. Está basado en un árbol de conversaciones donde, según las contestaciones escogidas, y el avance de la «charla», el final es diferente. En la mayoría de los casos, como en la vida real, el intercambio con el bot termina en un ghosting o en un bloqueo. Solo 5 conversaciones de 35 posibles resultan en un encuentro. Y esto es así, me dice, «porque había que ponerle un mínimo de esperanza». Ahora bien, ¿cómo no volvernos cínicxs en este contexto?, ¿qué pasa con el deseo femenino?, ¿estamos habilitadas las mujeres a mostrar nuestro deseo? Ya no se trata de la vieja acusación de regalada o fácil, sino de la pobre gestión de los cambios de roles de género que hacen los varones, al menos los heterosexuales, hablemos con propiedad.
Me cuenta mi amiga, la programadora, que es usual escuchar a varones cis darse consejos del tipo: «freezala», «desaparecé por unos días». ¿Es este un backlash de la revolución feminista? ¿La humillación o el desinterés, los mensajes esporádicos y esquivos que, sin embargo, no dejan de llegar, serán formas de reclamar el poder? La redefinición del «levante» es una manera de poner en cuestión el término mismo de conquista. Las mujeres no queremos ser más un territorio a conquistar. Con mis amigas nos preguntamos si estas estrategias que vemos replicadas una y otra vez les funcionan a los varones. Pareciera tratarse de un intento por retomar el control, pero ojo, porque la masculinidad es un sistema que todxs habitamos y que reproducimos con nuestras prácticas.
La irrupción de las apps de citas, el levante por Instagram, la hiperconectividad de WhatsApp nos estallan la cabeza, y también el diccionario. Los términos y condiciones de la nueva realidad afectiva son infinitos: ghosting, deflexing, benching, curving, haunting, breadcrumbing, tuning, orbiting, y muchos, muchos más. Todos tienen en común la falta de responsabilidad afectiva, la inexistencia de la asertividad en la comunicación, en pocas palabras: la desaparición de la dimensión humana de la otredad. Un panorama desolador, es cierto, un black mirror donde priman los egos y un escaso esfuerzo por comunicar lo que se siente, incluso el deseo, el motor mismo de la acción. Todxs somos presas de estas lógicas que, en alguna medida, también son impuestas por el propio coding de las apps. Tinder está programado como un juego, como si fuera un Candy Crush. Descartar y elegir con un movimiento mínimo del dedo en el subte, o en el baño. Es la lógica del consumo de la etapa superior del capitalismo global. Elijo, como en una góndola del súper. Soy un consumidor que demanda. Las grandes compañías de tecnología moldean nuestro deseo y nuestros afectos. No es casual, creo, que tanto en Tinder como Instagram la reacción más rápida y fácil de enviar sea un corazón. Hace algunos años pensar en responder a alguien que se acababa de conocer con algo equivalente a un corazón rojo pasión era, por lo menos, intenso. Lxs usuarixs de Instagram se quejaban de enviarlos por error. Pero el nuevo patrón cultural del like no es una manifestación de afecto, estos corazones son una medida de valía, de reconocimiento, de atención. Dar un corazón es más fácil que nunca, porque no vale nada. La lógica que impera es visual y es instantánea. No sé lo que quiero, pero lo quiero ya, cantaba un visionario Luca Prodan.
Había que ponerle un mínimo de esperanza, dijo mi amiga, entonces: ¿podemos salir de estas lógicas? Quizás sí, quizás el camino sea poner en cuestión nuestras propias prácticas. Desde una perspectiva feminista hacer reaparecer al otrx, asumir que no es una cuestión de géneros y que, en este cuento, no hay buenxs ni malxs, que la cosa se parece más a Seinfield que a Friends, que las personas somos complejas, que nos equivocamos, que muchas veces pedimos algo que finalmente no estamos dispuestxs a dar.
Quizás podamos salir a disfrutar sin estar pensando que nos estamos perdiendo de algo mejor. Salir, tratar de reencontrarnos.
Que no sea necesario cancelar a Seinfeld, sino poder verlo críticamente. Que la libertad sea un ejercicio atento, que no se vuelva patrimonio de las derechas más retrógradas a causa de nuestra propia mirada «punitivista» y estereotipada, que hacer lo que se nos canta no sea un mandato más, a expensas de todo y de todxs. De nosotrxs mismxs.
El primer episodio de Seinfeld, con el que empieza esta historia, se transmitió en 1989, el problema, parece, no es el celular.