Velocidad y lentitud, sin duda, representan una dicotomía ancestral. Hoy, si nos preguntáramos cómo quisiéramos que sucedieran las cosas, la mayoría responderíamos: «Mientras más rápido, mejor». Pero ¿esta necesidad de inmediatez es realmente algo que nos beneficia o, por el contrario, algo que nos afecta profundamente?
En la actualidad le rendimos culto (y me incluyo en cierta medida) a la inmediatez. Quién no se ha encontrado diciendo: «no tengo tiempo», «el día debería durar 48 horas», «la semana pasó volando y siento que no me alcanzó para todo lo que debía hacer», y así, infinidad de ejemplos. Seamos sinceros, ahí afuera hay tantos estímulos ordenándonos que trabajemos mucho, viajemos más y que tengamos la agenda repleta de compromisos, porque, según esos mandatos, cumplir con todo lo anterior sería una clara señal de éxito, aunque dejemos de lado el espacio necesario para que ocurran las «pequeñas cosas de la vida».
Hace algún tiempo leí sobre un concepto que desafía todo lo anterior; se trata del Movimiento Lento, una corriente cultural que promueve calmar las actividades humanas. Esta fue una iniciativa del periodista Carl Honoré, quien lo presentó inteligentemente en su libro Elogio de la lentitud. En sus páginas encontré esta sentencia: «Es hora de rebelarnos contra la tiranía de la rapidez». Y es que, si observamos cualquier contexto, la rapidez se nos muestra como «lo mejor» que nos puede ocurrir, y no estoy en contra de que un limpiador para el baño remueva rápidamente la suciedad, lo que aquí se cuestiona es cuando esa cualidad la queremos en todo lo que nos rodea.
Un ejemplo que nos da el autor resulta una tragicomedia en sí misma. Dice que antes de darse cuenta de la irrupción de la velocidad en nuestra vida, había encontrado un libro que se titulaba Cómo tener un orgasmo en cinco minutos, entre risa y asombro le pareció que esto ya era el colmo, cuando un orgasmo es el resultado de un proceso que los involucrados deben y merecen disfrutar sin prisas ni presiones.
Este (el tiempo) es un tema que forma parte de mi universo, y lo asocio directamente a los «procesos», a la «ansiedad» y, sin duda, a la persecución del concepto de «éxito», instalado, sobre todo, en la sociedad digitalizada de hoy. Ahora, aunque te decía que estamos bombardeados por estímulos que apuntan hacia el tener y hacer cada vez más cosas, debo admitir que también cada día hay más personas que una vez que se dieron cuenta de todo esto, decidieron crear espacios donde invitan y ofrecen meditar más, practicar mindfulness, volver a retomar la conciencia en la respiración, y todo esto para que dejemos de correr, paremos y volvamos al origen. Si hay tanto de esto en el mercado, probablemente es porque también lo necesitamos.
El contexto actual, de alguna manera, nos ha llevado a los dos extremos: el de la velocidad desenfrenada y el del despertar hacia la lentitud de las cosas y todo su disfrute. Con tanta información a la mano hoy podemos comparar y elegir todo aquello que resuene con nuestra necesidad del momento, esperando que esas elecciones nos ayuden a definir cuál queremos que sea nuestra relación con el tiempo, pero sin la presión de repetirnos que cada segundo cuenta, porque lo que cuenta, en verdad, es lo que hacemos con él.