Por Rob Martínez
Estoy haciendo scroll en el feed de mi cuenta de Facebook…, ahora paso a Instagram y no puedo evitar preguntarme: «¿Qué estoy buscando?». No existe una respuesta concreta: ¿mis likes, los likes de otros o deleitarme con fotos o videos? Ese comportamiento «errante y rutinario» es suficiente para que los anunciantes de estas plataformas me muestren lo que tienen, productos y servicios que ni remotamente necesito para sumarme a esta «rueda de hámster» en la que vivimos. Lo sé, soy parte de ambos extremos: anunciante y comprador.
En todo esto, hay un asunto que ha comenzado a inquietarme: mi información. Así como los anunciantes aprovechamos la segmentación que estas plataformas sociales nos brindan para orientar nuestros anuncios publicitarios, no olvido que entre ese mar de «unos y ceros», estoy yo, encerrado en una cápsula, segmentado, categorizado y almacenado para recibir estas ofertas, mismas que fueron pensadas para perfiles como el mío.
Entendamos que siempre fuimos parte de una base de datos. Desde el origen de la publicidad se habla de nichos de mercado, público final que, tras sus conductas de compra, edad, nivel socioeconómico, entre otros factores, tiene mayores posibilidades de comprar ciertos productos. Lo que hoy resulta novedoso es cómo estos datos se han incrementado, llegando a ser considerados tan importantes como los anteriores: la ruta que tomas para trasladarte al trabajo o escuela, streaming que consumes, música que escuchas, sitios web que visitas, horarios de comida, contenido que «te gusta», y esto se convierte en algo más extremo cuando aparece la «predictibilidad».
Los algoritmos de estos sitios, incluidas las plataformas de comercio en línea, con unos cuantos de nuestros clicks, pueden predecir el futuro y mostrarnos qué cosas necesitaremos. Por ejemplo, Amazon puede determinar si una mujer está embarazada o lo está considerando a partir de los productos que ve, artículos que lee, aun sin siquiera haberlos comprado. ¡Detengan el mundo que me quiero bajar!
Tom Clancy, autor de la novela, La caza del «Octubre Rojo», encontraba su inspiración en el mundo del espionaje, consumía toda información relacionada con estrategias de inteligencia militar y aún más lo que se refería a la Guerra Fría, consideraba que todas las estrategias que ahí se usaban resultaban apasionantes porque bastaba con estudiar al enemigo, predecir sus acciones y atacar, y lo resumió en una frase contundente: «Si puedes controlar la información, puedes controlar a la gente». ¿No es eso de lo que estamos siendo víctimas?
Muchos pensarán que no haya peligro en que te muestren un anuncio en Instagram tratando de venderme camisas, zapatos, un libro o el nuevo iPhone, ¡y es verdad! Pero todo comienza a empañarse cuando lo que intentan que hagas es «descargar una nueva app», esas que modifican tu rostro, te envejecen o, caso contrario, te rejuvenecen. Parecen divertidas, pero ¿qué se necesita para usarlas? Pues «nada», son gratis, solo debes aceptar los «Términos y Condiciones», «loguearte» con Facebook (que, por cierto, ya tiene todos tus datos) y listo. Divertido, ¿no? ¡No! Los términos y condiciones, por lo general, no son leídos, pero en ellos claramente está el consentimiento que das para que tengan acceso a toda tu información, cámara, micrófono, mensajes y contactos, ¿vale la pena? Nuestros datos son lo más valioso que podemos tener hoy. Los datos son capitales para las empresas, las convierten en jugadores de ese gran campo de juego que son las redes sociales, en el que nosotros somos arquerías sin arqueros y, cada gol, una decisión de compra que nos han inducido a tomar.
Desde hace años, muchas personas alrededor del mundo están reflexionando acerca de esto y, por consiguiente, tomando acciones. Estas personas nos están invitando a hablar sobre la importancia de nuestros datos, sobre el destino de estos y sobre quiénes los manipulan y con qué intención. Esto ha mostrado cómo las plataformas sociales permiten que se nos vendan ideologías que influyen sobre las políticas de países, elecciones presidenciales, percepciones sobre el cambio climático y muchas teorías conspirativas que, sin duda, han puesto en jaque a un gran número de personas desinformadas, pero dispuestas a divertirse por un rato, envejeciéndose o rejuveneciéndose con los filtros de una app.
¿Qué podemos hacer? Fundamentalmente, ser más conscientes del rol que jugamos en esta nueva «Matrix».
Todos y cada uno de nosotros somos importantes. Nuestra información es valiosa, así que debemos protegerla alimentando nuestra curiosidad y leyendo «la letra chica» de todo lo que se nos ofrece. Porque, vale la pena preguntarse, estas plataformas y marcas ¿aceptarían nuestros propios «Términos y Condiciones»?