El viento, ese elemento poderoso, único, vital e inevitable. En nuestra vida, el viento es ese que nos envuelve, nos empuja y abraza; el viento puede ser un alud de emociones positivas y negativas que no pueden evitarse, aun cuando queramos luchar contra él.
Estoy en la habitación de mi hotel en Ámsterdam, una ciudad que aprovecha el poder del viento y a la que siempre encuentro una excusa para volver. Durante estos días estuve escuchando repetidamente en el sonido del viento la palabra tolerancia. Según cuentan los mismos holandeses, su pueblo tiene asimilada esa actitud ante la vida.
Alejándome un poco del centro de la ciudad —con sus luces, restaurantes, tiendas, coffee shop, bares, museos, atracciones, canales y más—, llegué a un suburbio silencioso para encontrarme con los dueños de una cafetería llamada Lot Sixty One, con quienes, tras haberse conectado con Ridyn hace unos años, había quedado en encontrarme para conocernos y gestar algunos proyectos.
Un par de días han pasado desde que comencé a escribir esta nota, ahora estoy en el asiento 16D de mi vuelo a Madrid y no dejo de pensar en aquella irrefutable respuesta.
Estos holandeses nos recibieron con una cálida bienvenida, y durante poco más de dos horas estuvimos charlando sobre diversos temas, entre ellos, sobre ¿qué está mal en Holanda? La respuesta fue una de esas cosas que tu cerebro no sabe cómo procesar: «… el gran problema de nuestro país es… el Clima».
Tienen en claro que el mundo es de todos y que su tierra posee la gracia suficiente para que cualquiera pueda venir a recorrerla, unirse a su sociedad y hasta convertirse en holandés. Caminando por sus calles y hablando con su gente, no puedo evitar preguntarme cuál es el problema de los holandeses en la actualidad. Su sociedad luce prospera, y la gente, a diferencia de otras culturas, parece sentirse satisfecha con el ritmo de sus políticas.
Viajamos a lugares alejados de nuestra zona de confort para romper barreras y desmitificar lo que cada día consumimos en nuestro entorno, y en mi experiencia en Holanda lo he logrado. Insistí lo suficiente para encontrar una respuesta familiar como: «el problema en Holanda es la inseguridad, la pobreza, la corrupción», pero nada de eso lo es, no porque sea ignorado, sino porque simplemente no existe en las cantidades necesarias para que sea un problema latente. Ni siquiera las drogas y la prostitución son un problema, ese es un viento huracanado criticado en los países de otros continentes, pero que para los holandeses es una situación controlada hace tiempo y que, si bien no les resulta perfecta, la manejan con tolerancia y respeto.
Me contaba un holandés que, cuando a una persona le es otorgada su ciudadanía, se realiza un acto público en el que esta jura mantener y promover los valores reales de su cultura, aferrada a la verdad, el compromiso, el respeto y la tolerancia. Sí, también recuerdo que desde hace tiempo esta palabra se es mirada con recelo, pero quizá no todos la hemos comprendido en su hermosa simplicidad. Pensemos sobre eso un momento.
Como dirían los holandeses: «No puede impedirse el viento, pero pueden construirse molinos». Vaarwel!
*Texto incluido en El tiempo y el lugar de las cosas