La infidelidad es un mal necesario. Aunque seamos déspotas del amor romántico y de las ilusiones sembradas por el Sr. Disney; todos en el fondo sabemos con quién y cuándo, podríamos engañarnos; a pesar de conocer el peligro que ello conlleva, caemos una y otra vez en la misma tentación.
¿Engañarnos?, sí. La infidelidad nos invita a ser egoístas por un rato. Y a desmitificar la idea del engaño hacia otra persona. No le somos infiel al otro, sin sernos infieles a nosotros mismos primero.
Loco, ¿no?, gastaste un dineral en flores ajenas para terminar comprendiendo que al primero que engañaste fue a vos mismo: por tratar de convencerte que está mal lo que acabas de hacer.
Seguramente en los anales de la historia, de nuestra existencia como seres sociales, existan miles de relatos poliamorosos en los cuales un gran amante podía diferenciar su interés sexual del emocional. Porque claro, tenemos esa habilidad aunque moralmente no queramos reconocerlo.
Pero siempre volvemos a lo mismo. Al no traer a la luz aquello que habita en las sombras. En nuestras sombras; ¿Realmente está mal regalarnos un rato de placer sexual/mental con alguien por fuera del compromiso?.
Entendiendo que cada relación es un mundo, y que tipos de relaciones existen por montones. Seguramente en algún momento de tu vínculo socio-afectivo hayas sentido el deseo atrayente de hacer algo “prohibido”.
¿Y?, ¿Qué esperas?, acaso la vida no está compuesta de anécdotas?, ¿no vinimos a aprender?, ¿Cómo podemos opinar o dar testimonio de algo que no nos permitimos?
En el siglo XXI, la infidelidad sigue siendo Tabú. Mala palabra. Pecado. Deshonra. Pero ocupa un espacio importante en la imaginación de todos. ¿Será qué algún día dejaremos de escuchar la campana de los “engañados”, y disfrutaremos de las historias de aquellos que decidieron ser honestos?
Una pareja es de a dos. Pero antes de ser dos, se es uno. Lo que no te permitas, te limita. Lo que te ocultes, te condena. Y lo que calles, te define.
Reglas claras también conservan la amistad con uno mismo. No te engañes. Sí sentís o fantaseas con la idea de hacer lo que no te permitís hacer, no está mal. Es un síntoma. Y cada síntoma tiene un diagnóstico.
Aprender a escucharnos y lidiar con nuestras conversaciones internas es de las tareas más difíciles de la vida. Pero de las más necesarias para construir vínculos saludables.
No te mientas; menos, te disculpes con un otro sin antes perdonarte por serte infiel.