¿Cuándo es pertinente decir que una palabra ha pasado a formar parte de la larga nómina de arcaísmos? Este interrogante está planteado desde hace mucho tiempo y no encuentra todavía una respuesta convincente. Si aceptamos que el idioma se fijó en el siglo XVI, deberíamos dar entonces por desterradas las palabras anteriores. No obstante, aún hoy empleamos muchas voces que ya Juan de Valdés, en su Diálogo de la lengua (1535), daba por caídas en desuso, y hasta se asegura que en el Diccionario figuran con el mote de anticuadas miles de palabras vivas y en uso. Quizá la falta de circulación de muchas palabras no se deba más que al desconocimiento que los usuarios de la lengua tienen de ellas. Ciertamente, en una sociedad cuyos miembros se expresan corrientemente con apenas algunos centenares de vocablos, nada tiene de extraño que a los restantes se los considere arcaísmos.
Según las distintas capas de la población, los términos y las expresiones pueden tener una duración diferente en el habla viva. En ciertas zonas, por ejemplo, el arcaísmo no es un hecho aislado, sino un conjunto de rasgos que pueden ser fonéticos, morfológicos, sintácticos o léxicos, lo que confiere un carácter arcaizante a su habla. Es frecuente que en ciertos pueblos o regiones se mantengan vivas algunas formas lingüísticas que en otros lugares ya han desaparecido, aunque en los diccionarios se recojan todavía como expresiones vitales. Asimismo, las formas arcaicas que se conservaban aún no hace muchos años en algunos pueblos pequeños de España, Colombia, México o Argentina, y que tal vez la influencia de la televisión, la radio y el cine haya borrado a estas alturas, podían dejarlo a uno boquiabierto. Dicho de otro modo, la utilización de arcaísmos constituye una de las formas no sólo de conservación local del idioma, sino también una de las formas de alejamiento de los usos normativos de la lengua estándar.
Ahora bien, sabemos que las lenguas evolucionan y, en esa evolución, raramente recuperan materiales que han dejado atrás como «deshecho». Sin embargo, se dan casos atípicos de recuperación. En ese sentido, es conocido el fenómeno según el cual algunos pueblos de América le «devuelven» a España ciertas voces que ésta llevó allí hace siglos; por ejemplo, la voz occiso (‘muerto violentamente’), vieja palabra castellana que regresó a la península ibérica a través del doblaje en español neutro que se hace en Latinoamérica; o aquella palabra proveniente del campo del atletismo garrocha (la de «salto con garrocha») para designar lo que los españoles conocen como pértiga. Incluso a veces se resucitan ciertos arcaísmos por razones estilísticas, como es el caso de asaz por muy, aunque resultaría de muy mal gusto que por ese mismo motivo se vuelva a imponer un arcaísmo como farina por harina.