Por Joale Aristimuño | Venezuela
Soy licenciado en Comunicación Social, egresado en el año 2011 de la Universidad Yacambú (privada, por cierto). Mi mamá me pagó la carrera, trabajé en medios desde la primera semana de clases, desde entonces estoy enamorado de mi profesión, pienso y confirmo que el periodismo es el mejor oficio del mundo; también puedo confirmar que a pesar de venir de una familia donde el 90% son docentes, y que respeto profundamente su trabajo, poco imaginé durante mi formación como comunicador, que estaría ahora, de este lado del salón, cómo docente universitario.
Les cuento brevemente mi historia. Egresé muy joven de la universidad, ya para mi acto de grado había trabajado en importantes medios de la región y en ese preciso momento me desempeñaba como Gerente de Producción de una de las radios fm más escuchadas de mi ciudad; cuando recibí mi título el hambre de crecimiento se pronunció y decidí emprender mi propia empresa de comunicaciones, que aun con toda esta crisis, mantengo junto a un equipo maravilloso. 3 años más tarde, en aras de seguir creciendo profesionalmente, recibo la llamada de una coordinadora de una institución universitaria muy famosa, perteneciente a uno de los “complejos universitarios” más nombrados del país y a la que en su momento, le gustó bastante bailar al son del “a dormir juntitos”; era la propuesta para dar clases en reconocida casa de estudios. ¡Acepté el reto! Primero porque sentía que podía dar mi aporte y segundo porque nunca está demás la oportunidad para seguir creciendo profesionalmente, acepté sin remordimientos y por cierto, sin preguntar cuanto sería mi salario como profesor.
Empezó el reto, y debo decir, dos años después, que ha estado bien y que sin duda alguna ha sido tremenda experiencia, de hecho me hizo entender a gran parte de mi familia, entre esos a mis padres, con más de 25 años en la docencia, he podido entender su pasión por impartir clases, por formar nuevos profesionales, y aunque me gusta, confieso que sólo veo esta etapa como una experiencia, no como mi pasión, creo que esa, la he dejado claro al principio de este post; por el contrario, no preparo “clases”, preparo conversatorios, de esos en los que hablo con mis estudiantes acerca de los temas que nos exige un programa instruccional de cada materia y que como buen periodista he cuestionado millones de veces, porque no reflejan, en lo absoluto la realidad de las comunicaciones en el campo laboral.
El primer año no cobré, no porque la universidad no me pagara, sino porque los procesos burocráticos de este país, más mi trabajo (del que si vivo), no me dejaban tiempo para terminar de llevar los requisitos al departamento de Recursos Humanos de dicha casa de estudios (sí, “te contrato y luego traes los papeles, tranquilo”, así es).
Total que cuando al fin llevé los papeles y todo estuvo “en orden” recibí mis primeros honorarios como docente, una “buena” cantidad, porque se acumularon todos los pagos correspondientes a ese año de clases. Sin embargo, nunca lo cuestioné, sigo dando clases por la experiencia y por las satisfacciones personales, y no por el pago.
A dos años, sumando la crisis por la que atraviesa nuestro país, más la poca cultura de inversión que tienen –algunos- grandes empresarios, tocó de cerca la valoración de mi trabajo, ¿Cuánto debo invertir (hablando de dinero, obviando el intelecto por un momento) para venir a dar clases? ¿Esa inversión retorna al final de cada mes? (Sí, nos pagan a final de mes y no quincenal) ¿Por qué cuestiono esto ahorita, si llevo dos años dando clase? Les iré respondiendo entre líneas, a continuación.
La cultura de inversión
Parece ser el mal del lucro, “hago la primera inversión y venga que todo lo demás es ganancia” sino lo piensan así, al menos eso demuestran, el último semestre de 2015 lo definí con una sola palabra, “decadencia”, no hay inversión, sumado el factor país, los aires acondicionados, pizarrones, y servicios universitarios se vinieron abajo, en cuestión de días; las condiciones para dar clase desmejoraron, porque imagínense ustedes, estar en un aula, donde el pizarrón no sirve y sumado a eso, el aire acondicionado tampoco, y estar rodeado de 40 estudiantes, en una ciudad donde la sensación térmica es de 30° centígrados, ya sabrán el resultado.
De manera qué, fue el momento donde empecé a cuestionar la situación y que la “experiencia” de las que le hablaba se tornó incomoda. ¿De verdad yo tengo que calarme esto por 45 bolívares la hora? Sí, 45 bolívares (dos billetes de 20 y uno de 5).
Despertando
Hoy (5 de noviembre de 2015) cuando me disponía a entrar a mi clase de Producción Televisiva, esa donde hay 40 estudiantes (y que luego de varias denuncias de colegas ya el salón tiene aire acondicionado) decidí desayunar en el cafetín, pedí dos pastelitos de carne, pero antes de que me los entregaran decidí mirar mi billetera, porque no recordaba cuánto dinero en efectivo cargaba, últimamente he optado por no cargar tanto (que igual no es nada) efectivo conmigo; traía Bs 210, (dos billetes de la más alta denominación y uno de 10), cuando pido el total por los dos pasteles, la cajera me dice, “Son 200, amor…” De inmediato pagué y me dirigí a la sala de profesores, el hambre que tenía sacó los billetes y pagó, se los juro; en el momento en que estoy comiendo el segundo pastelito, recuerdo la clase anterior, sumando esta jornada laboral del día miércoles sumarían 4 horas, divididas en dos clases, Bs 45 x 4 = 180, en ese momento me atraganté, recordé que incluso teniendo esos Bs 210 en mi cartera, ni siquiera me había alcanzado para la bebida. ¡Llegó el momento de la reflexión!
Mi desayuno salió en Bs. 200 (sin bebida), y ese día me gané por dar 4 horas de clase, únicamente 180 bolívares, me debo 20, que debo pagarme trabajando una nueva jornada de 4 horas al día siguiente ¿Y el desayuno de ese día? ¡Bien gracias! (?)
Entonces, pongamos qué el desayuno incluyendo una bebida cueste Bs 280, el pasaje en transporte público cuesta Bs. 15, ida y vuelta serían Bs. 30, más los 20 bolívares que debes dejar en sencillo para darle a los “charleros” (los “señores” que venden chucherías, pulseras, chocolates y que piden colaboración para la bebé que está en el hospital, entre otros) y que debes tomar esto en cuenta si no quieres salir robado. Sumamos un total Bs 330. Si un docente tiene una jornada de 3 materias en la mañana (de 7:15 a 12:30) ganaría por estas 6 horas de clases un total de Bs. 270, es decir tendría que autofinanciarse los otros 60 para completar el desayuno. El resultado del mes, está sobre girado, mejor ni lo hablemos.
La jornada matutina de cualquier docente, le cuesta a la universidad un aproximado entre 180 y 270 bolívares, dependiendo la cantidad de horas que tenga el profesional (me compadezco de mis colegas que sólo van por par de horas, espero no correrlos con este artículo). Mientras qué al estudiante un semestre en esta universidad privada oscila entre los 10 y 15mil bolívares para los estudiantes regulares y entre 18 y 22mil para los estudiantes nuevo ingreso, eso sin contar las copias, trabajos y demás; aprovecho y hago la salvedad que soy promotor de los trabajos hechos 100% por el estudiante, que no impliquen gastos adicionales a los que ya, por obligación si quieren seguir estudiando, tienen.
El retorno de la inversión, no es económica
Verá usted entonces, apreciado y apreciada lectora que la inversión económica no retorna a final de mes, que la transferencia bancaria de una empresa, vestida de “institución” que promueve la formación profesional, encargada del nombrado “futuro del país”, forjadores de nuevas generaciones, no alcanza ni siquiera para el desayuno, y no hablemos que eso le corresponde a los “cesta ticket” porque creo que el chiste se cuenta sólo (si en este artículo les conversé sobre el “sueldo” que devengamos, imagínense si les cuento mi Stand Up Comedy del quehacer con el “bono alimenticio”).
Este superfluo y muy poco detallado análisis, deja por fuera otros factores importantes que intervienen en el –nunca- retorno de la inversión que hace cada docente cuando se dispone a dar clases, entre ellas, la más importante la preparación académica, la experiencia laboral y la ética que sustenta la teoría y que es contrastada por la práctica que se intenta ejercer, casi evidenciando qué somos nosotros los que le pagamos a las instituciones (súmele ahí la preparación de cada profesional, las horas adicionales para corregir, las herramientas que debemos usar, entre otras cosas), el sistema, la académia y los propietarios están en deuda sobregirada con los verdaderos encargados de forjar dicho futuro, del cara a cara con el estudiante, de los responsables de preparar a las futuras generaciones. Aun así, tras la fuga de cerebros que se ha incrementado en estos últimos meses, pregunte y saque cuentas, cuantos profesionales siguen apostando, siguen invirtiendo en dar clases en una universidad y siguen luchando por seguir llenando a Venezuela de excelentes profesionales. ¡Qué bondad!