Hace unos años, cuando regresaba de mi primer viaje a Japón, me puse a ver una de las muchas películas asiáticas que el sistema de entretenimiento de la aerolínea nos daba como opciones para pasar el tiempo durante el regreso a Occidente, una de ellas (de la que no recuerdo el nombre) contaba la historia de un hombre al que le aterrorizaba la idea de ir a un restaurante porque una vez ahí, menú en mano, debía optar entre un gran número de comidas y bebidas. El miedo que sentía lo paralizaba, a tal punto que se ahogaba con las listas, al parecer, interminables.
La angustia que sentía afloraba porque se detenía a pensar en cada uno de los platillos ofrecidos, y entonces se preguntaba cuál podía ser el más rico, cuál podía tener la mejor guarnición o cuál podía ser el más abundante. Muchas veces, tras pensarlo por más de una hora, prefería no ordenar; otras, tras pedir algo, inmediatamente se sentía culpable por lo que había dejado de probar. En definitiva, analizaba demasiado porque había varias opciones. Si bien me siento algo identificado con el personaje (me pasa seguido en los restaurantes algo similar), al recordar esa película, no puedo dejar de pensar en el presente digital en el que estamos.
En la palma de la mano tenemos un dispositivo que nos brinda tantas opciones que no me es de extrañar que nos paralicemos o dejemos pasar muchas oportunidades. Lo primero que pienso —por esto que digo que hay mucho de todo— es que, al querer hacer una compra online, ya no solo hay más marcas, sino muchos más modelos de eso que queremos, y, por lo tanto, pasamos cada vez más tiempo mirando, evaluando y comparando que antes.
Para muchos esto resulta útil, pues significa tomar la «mejor decisión» y quizá en lo material hasta pueda tener sentido y causar menor daño, pero qué pasa cuando hablamos de «Apps de citas». Amigos cercanos confiesan que cada día les resulta más difícil imaginarse con una sola pareja porque el abanico de opciones es muy grande y cada nuevo «match» es una posibilidad entera. Entonces, ¿para qué decidir si podemos vivir analizando cada día?
Obviamente, todos los días tomamos decisiones; muchas de ellas (según el ojo de quien las mire), insignificantes, pero otras, de mayor relevancia o influencia en nuestras vidas. Lo cierto es que esto puede generarnos ansiedad y casi nunca estamos preparados para gestionarla. La parálisis de la que hablo, por lo general, se da porque imaginamos beneficios y consecuencias de la posible decisión que tomemos. A esto, los psicólogos lo llaman la parálisis del análisis.
Les pasa a nuestros dispositivos
¿Tu computador o Smartphone se ha quedado freezado? Pensemos este ejemplo como una posible explicación de la parálisis por análisis. Le damos tantas órdenes, cada una con sus complejidades, que el sistema se enfrenta al conflicto de decidir qué debe hacer primero y mejor. Muchas veces, el dispositivo no ejecuta ninguna orden, otras veces cierra uno o varios programas que pensaba iba a ejecutar. Todo esto porque le resulta imposible comprender, procesar y ejecutar. No olvidemos que la tecnología es el reflejo de nuestra propia humanidad, que, pese a su hermosa inteligencia, sigue siendo imperfecta en su frágil estructura. Y así, cuando nos detenemos a imaginar todas las opciones posibles sin pasar a la acción, nos paralizamos.
Y así podemos caer en una interminable reflexión sobre situaciones cotidianas. Seguramente te resultará familiar este monólogo: «¿Y si le pido un aumento a mi jefe y me despide? ¿Me merezco el aumento? Sí, me lo merezco, pero ¿me lo darán? La situación económica del país puede estar afectando a la compañía, pero igualmente ganan mucho dinero con mi trabajo. ¿Es buen momento ahora o espero hasta diciembre? Mejor lo hablo con mi pareja. Pero ¿será una buena idea? Quizá piense que tenemos problemas económicos, ¿y quiero una pareja así? Mejor lo callo y analizo un poco más…». Este es un ejemplo de cómo podemos, no solo pensar en demasía un asunto, sino, además, mezclarlo fácilmente con otros temas, convirtiendo algo tal vez simple en una cadena infinita de posibilidades.
Abrazar la prueba y el error: la vida es un menú
Antes se hablaba de la experiencia como la consecuencia de un cúmulo de éxitos al primer intento. Hoy se reconstruyó la idea de éxito, y se cuentan los fracasos con mayor orgullo. ¿Por qué? Pues porque tener un éxito tras varios fracasos anteriores habla del poder de resiliencia, esa capacidad de superación, de aprender de lo aprendido, que nos permite avanzar a pesar de cualquier circunstancia adversa que se nos presente.
Analizar demasiado un asunto, como dije, nos paraliza, y esto impide que estas experiencias y sus posibles lecciones lleguen a nuestras vidas. Claro, el análisis es necesario, siempre y cuando no esperemos que nos dé como resultado el escenario perfecto; démonos la oportunidad de que la vida nos sorprenda con sus propios resultados, la sorpresa podría ser la que esperábamos, y si no es así, tachémosla de la lista y elijamos diferente la próxima vez. Apostemos a la posibilidad y comparemos, y así, aquel menú que mencioné al principio, irá achicándose, porque iremos tachando cada platillo como consecuencia de haber elegido la cantidad de comida suficiente, el emplatado perfecto y la carne en su punto. La vida es un menú.