Humor, Historias, Argentina.
Por Simón Piñeiro / Argentina
Joaquín tiene 19 años y vino a estudiar música a La Plata. Es oriundo de un pueblo muy pequeño; dicen que una vez fue un circo, armó la carpa y quedó todo el pueblo adentro.
En La Plata se siente más perdido que pedo en un jacuzzi. No tiene muchos amigos, no se ubica con las calles y lo más preocupante para él es que está desconcertado con las bellas platenses: las encuentra asquerosas, sobradoras y conchetas.
Ya hace tres meses que se mudó y decide ir a comprar una guitarra a través de una oferta que vio en Mercado Libre. Se toma un taxi porque no sabe qué micro lo deja:
Joaquín: —Hola, a 520 y 15, por favor.
Taxista: —Ok, allá vamos. Hace calor, eh.
Joaquín: —Sí, está caluroso.
Taxista: —Dicen que el finde va a lloverga —para en el semáforo y pasa una bella señorita de minifalda, el taxista le chista, ella, ni bola— ¿O yo estoy muy caliente o están todas buenas, la única fea es mi señora?
Joaquín, en apenas unos segundos, se había formado una idea del conductor: era más ordinario que eructo de mortadela, que canapé de mondongo, que empanada de polenta y que diente de madera pero, a pesar de todo, no podía dejar de escucharlo.
Taxista: —Estoy más caliente que pedo de oso pibe… con tal de que sea de carne y esté caliente me cojo una empanada, je, je, je.
Joaquín (que tenía menos gracia que un desalojo): —Y sí, son lindas, aunque estando acá, en La Plata, no me dan ni la hora, ni siquiera me llaman para putearme.
Taxista: —¿Ah, no sos de acá? —pregunta mientras se escuchaba de fondo el panorama informativo de Radio 10, dando una sensación térmica de 40 grados a la sombra— ¡¿Cuarenta grados?! Se me van a hacer caldo los huevos, vamos a transpirar más que puto nuevo.
Joaquín: —¿Acá hay mucha joda de noche? No conozco la movida platense. La otra vez estábamos con los “vagos” de noche en la pensión, tocando la guitarra y tomando unas cervezas, y teníamos ganas de salir pero no sabíamos dónde.
Taxista: —Mira pibe, yo te voy a desasnar. Cuando laburo con el taxi los domingos a la madrugada, veo cómo los pibes salen de los boliches dados vuelta, están doblados, fumándose unos porros del tamaño de una palmera, las minas están cada vez más putas, salen a bailar en bolas, toman tetra en la calle como si nada. En mi época, si volvía en pedo a mi casa me agarraba mi viejo y me daba una patada en el orto que no me podía sentar por tres días. ¡Cómo ha cambiado todo hermano! —en ese momento toca despacio la bocina para saludar a un colega; acto seguido, arremete:
Taxista: —¿Qué edad tenés pibe?
Joaquín: —19.
Taxista: —Claro, sos chico todavía. Yo arranqué a tu edad con el taxi. ¿Sabes las minas que me he volteado laburando acá arriba? No le hacía asco a nada, le sacaba punta. Me he cepillado minas que no se las comía ni el ácido, je, je, je. Lo tomaba como práctica, para la estadística, es como hacer un deporte, hay que darle todos los días. Una vez me volteé una gorda; aahhh, no sabés lo que era, tenía menos cintura que un paquete de yerba, un culo del tamaño del baúl de un Fiat 600, pero bueno, son las más agradecidas después… me cocinaba cuando iba y una vez me regaló un pantalón, una capa la gorda.
Joaquín: —¿Y cómo hace para chamuyar, hay alguna forma? Porque soy nuevo acá y me dicen que las platenses son medio conchetas; mi primo, que está viviendo acá, hace un año me contó que en ciertos boliches hay que pelar un champagne, tenés que tener buena ropa, auto y plata para el telo si la mina transa. Muchos requisitos…
Taxista: —No pibe, acá lo que importa es la actitud, si sos un tipo bien plantado y seguro, las minas lo huelen, lo detectan, ¿Entendés? Las minas se dan cuenta de todo, saben cuando le estás mirando el culo si se dan vuelta, saben todo, son muy vivas. La actitud, esa es la clave. Hay que hacerles un laburo fino. Conozco tipos que tienen menos tacto que guante de basurero para chamuyar, las espantan. Cuando suben al auto, vos ya le sacás la ficha; te cuentan que el marido esto, que el hijo lo otro, y uno sabe para dónde va la cosa, es instintivo. Te cuento, la otra vez subió una medio jobata pero no sabés lo que era, parecía una pendeja. Salí un tiempo con ella. Una vez me preguntó si sabía dónde podía comprar una motito, una zanellita. ¿Para quién?, le dije. “Para mi nieto”. ¿Y que edad tiene tu nieto? “17 años”. Resultó que tenía 60, no lo podía creer hermano. ¡Ya era abuela! Pero en bolas parecía una pendeja. ¡Te lo juro por mis hijos!
Joaquín: —Sí, seguro, te creo. ¿Lo que importa es la actitud entonces?
Taxista: —Sí, y mucho chamuyo —pasan por una esquina donde está parado un travesti— ¿Viste eso?, ¿Le das?
Joaquín (que el único travesti que había visto en su vida era Florencia de la V por televisión): — ¿Eso es un travesti? Parece una mujer.
Taxista: —No, manzana. Hablando de travas, la otra vez fuimos con unos compañeros a un cabaret y un amigo, el Rubén, se pegó tal pedo que se puso a bailar con un “trapo” y se lo terminó “peinando para adentro”. Al otro día se quería matar, no se acordaba de nada.
Joaquín: —¿En serio?
Taxista: —Sí, no sabés, nos matamos de risa con los muchachos. ¿Sabés qué ventaja tiene voltearse un travesti?
Joaquín: —No.
Taxista: —¡Qué tenés dónde colgar el saco! Je, je, je —llegan a destino y Joaquín paga lo que indica el reloj— Bueno, pibe, espero que tengas suerte y a darle que se acaba el mundo, je, je.
Joaquín, esa misma noche, organiza para salir con su primo y otros “vagos”, como él los llama. Pero esa es otra historia…