En breves líneas intentaré contarles la experiencia sin igual que me ha dejado mi último viaje.
Cada vez son más las personas que salen, viajan, juntan todo en una mochila y parten dejando atrás todo, privilegiando los paisajes por encima de la acumulación material y ostentadora que nos inclina la balanza hacia una vida estereotipada.
En los últimos tiempos, cruzarme con extranjeros en hostales y campings, me despertó el interés por saber de qué se trataban estos estilos de «viajes nómades», sin tiempo preestablecido, sin planificación, sin destinos fijos, es decir, viajes sin reservas, viajes variados y con escasa programación. Los viajes que podrían llamarse de mochileros.
Investigué bastante para saber en qué condiciones humanas se sobrevive a viajes tan largos con escaso dinero, y me encontré con muchas páginas que hablan de los viajes de mochileros, en las que recomiendan, a su vez, otras de couchsurfing y de alojamientos como voluntarios. Sin embargo, dejan de lado o tocan muy por encima el tema de autofinanciarse uno mismo el viaje durante el mismo trayecto.
Partí de la premisa de cómo se sobrevive sin depender de las páginas de ayuda: si estoy en medio de un desierto sin wifi y sin acceso a facilidades tecnológicas, sin un cajero cercano, sin batería en mis celulares, ¿qué hago? Del modo más rustico posible, rompí con el miedo y me largué a experimentar.
Me remití a aquellos tiempos donde surgían los primeros mochileros, donde la tecnología no tenía una presencia de peso en las vidas de los individuos.
Lo que logré fue un mayor contacto social por sobre todas las cosas, la solidaridad humana de aquellos pueblerinos presentes, esos que no dudan en prestarte una ducha en sus casas particulares, transportarte hacia un lugar con sus vehículos, servirte comida o simplemente ofrecerte trabajo.
En el camino, uno va conociendo mucha gente, y muchos en las mismas circunstancias que uno, y si bien, yo, durante el viaje, me solventé como músico callejero, lutier y profesor de música (hasta junté pelillos y algas del mar), me encontré a varias personas que sobrevivían de una manera similar a la mía. Por mencionar a algunos de ellos, un artesano colombiano que realizaba collares y pulseras con piedras, huesos y objetos que encontraba en su camino como costras y conchas de mar; un chef que cocinaba en el hostal y vendía sus manjares en la calle; así también un fotógrafo-cineasta que tomaba las mejores imágenes de un lugar, las imprimía en grandes dimensiones y en excelente calidad, y realizaba muestras en centros culturales o galerías previamente antes de venderlas en paseos peatonales y ferias como cuadros.
Descubrí que cualquier persona puede viajar trabajando a la vez sin depender de páginas de ayudas al viajero. En el día se recauda lo suficiente para vivir mínimamente bien en un destino gracias a la solidaridad de la gente. Como músico mochilero, toqué en bares, semáforos, paseos comerciales y ferias, entre otros lugares, y eso me ayudó a romper miedos y prejuicios, y contribuyó a que viviera una experiencia inolvidable.