Hoy desperté gracias al ruido del silencio. Desperté alerta porque, en una ciudad con más de tres millones de habitantes, el silencio ensordecedor que se siente cada domingo enmudeció hasta al más pequeño rincón. Las bocinas, los gritos a lo lejos, el silencio blanco que deja la señal de vida en la distancia y hasta los pájaros se llamaron al mute, con la clara intención de dar un último receso para que el lunes llegue con toda la furia, cual tsunami arrasando las costas después de un gran sacudón.
Dicen que el domingo es el primer día de la semana, y como casi todas las primeras veces de lo que sea, muchos lo sentimos con dolor. Un dolor sin nombre (y, en muchos casos, sin causa), pero con efecto. ¿Acaso no resulta obvio pensar que ese dolor que sentimos es el darnos cuenta que nos quedan algunas horas para que todo comience de nuevo? Ese es el domingo.
Cada día se habla más y más sobre lo sometidos que estamos por la anticipación, es ahí donde el domingo se convierte en la escalera mecánica que nos lleva a eso que pensamos que va a ocurrir y que, por lo general, no sucede (al menos, no tanto como lo imaginamos). Entonces, un día que fue concebido para reponer energías y para distenderse termina convirtiéndose en un tormento que llega a su pico máximo en las primeras horas de la noche.
Quizás podamos pensar que un día a la semana es tan solo un pequeño precio que debemos pagar para disfrutar de 6 días de subidones generales, pero la realidad es que son 52 días al año (un número importante si consideramos que la mayor parte del tiempo de ese solo día sentimos tristeza, angustia, miedo, ansiedad y melancolía). Toda esta receta me invita a preguntarme ¿estamos programados para que esto ocurra de esta manera? Y pienso, ¿es posible dejar de sentir todo esto sin recurrir a seudoartículos periodísticos con las «Cinco claves para disfrutar un domingo»? Lo dudo bastante.
Algo que me queda claro es que nada juega en nuestra contra. Sentirnos de esa manera cada domingo no es un hecho extraordinario, sino más bien ordinario. La cantidad de actividades que saturan nuestra agenda durante la semana se ve liberada el fin de semana, y aún más el domingo. Es que este día fue pensado para vaciar la mente, hablarnos, reencontrarnos y asumir que necesitamos horas muertas, esos espacios que suelen encontrar su camino en la reflexión y la introspección, y que nos ayudan a enfrentar aquello que, por nuestro compromiso con el afuera, no nos permitimos mirar internamente.
Mis domingos, pese a todo, seguirán siendo como hasta ahora. Mi cuerpo y mi mente seguirán conspirando para despertar alguna emoción y que esta me acompañe durante el día. De mí dependerá qué haré con ella y cómo podré aprovecharla. Debemos saber que esto solo es un loop que traerá cada semana un nuevo domingo para recordarnos que el día anterior nos prometimos ser Forever Young.
____________________________