Lenguaje como sistema de signos y significaciones, como señal o llamada de la lengua que se abre a la expresión del texto; lenguaje del habla y lenguaje hablante. «El lenguaje se parece en cualquier caso a las cosas y las ideas que expresa, es el doble del ser y no se conciben cosas ni ideas sin palabras». Entonces, la palabra (en movimiento) es la palabra del ser. Del ser hablante y del ser hablado; del sistema de la lengua adquirida y la expresión.
El texto es habla expresándose, es acontecimiento del lenguaje, expresión de una lengua que se transforma en el decir del escritor. «¿Qué es lo que sabe el escritor? Lo único que sabe es que el que habla o escribe comienza por estar mudo, apuntando hacia lo que quiere significar, hacia lo que va a decir y que de súbito el flujo de las palabras viene en ayuda de este silencio, y ofrece de él un equivalente tan exacto, tan capaz de devolverle al propio escritor su pensamiento una vez que lo haya olvidado, que hay que creer que ya estaba hablando en el revés del mundo».
El escritor escribe en el revés de las significaciones, crea dentro de la lengua su propia lengua. «Dar con esa frase hecha ya en los limbos del lenguaje de captar las palabras que sordamente el ser murmura».
El signo y su sentido pierden su lugar, su posición. El texto es lengua descentrada, percibida en los contornos, en los abismos de su propio hurto. “Su triunfo está en borrarse y darnos acceso por encima de los vocablos, al pensamiento mismo del autor… son los vocablos los que nos han estado hablando»
El lenguaje, según Merleau Ponty, es el instrumento, el algoritmo que permite crear una lengua dentro de la lengua. Tal vez de un decir superfluo y efímero se entrevea una escritura nerviosa, impenetrable que irrumpe.
Algunos libros solo pueden entenderse fuera del entendimiento, en ese punto de fuga que escapa a la mirada. Hay determinados libros en los que uno intuye una escritura secreta, silenciosa, rumiadora de un murmullo interior. Diálogo interno que se establece con otro que no es uno ni otro. «Ya no hay nada en el libro que pueda dejarme indiferente, el fuego se alimenta de todo lo que la lectura va arrojando en él. Recibo y doy con el mismo gesto. He dado mi conocimiento de la lengua».
El habla solo marca la superficie, el límite, el sentido. Acercamiento a lo imposible de la soberanía para con el lenguaje, para con las ideas.
«Pero el libro no me interesaría tanto si no me hablase de lo que yo sé» ¿Hablo de mí? ¿De alguien? ¿De otro que no soy yo? ¿Con quién? Las preguntas, todas las preguntas, el porqué de la gran incomunicación dentro de la comunicación.
Encontrar las palabras clave, penetrar en su entramado, lo anterior al pensamiento, lo no dicho en lo por decir, no lo premeditado. Deshilvanar el orden desde el caos. «Expresar no es, entonces, otra cosa que reemplazar una percepción o una idea por una señal convenida que la anuncia, la evoca o la abrevia».
Desmesura y arrebato, signo sublime que representa lo sagrado, lo erótico. Tener la posibilidad de la repetición del instante (escritura). Al lenguaje «se lo suspende de una conciencia de verdad cuyo portador es él en realidad y, en fin, se pone el lenguaje antes del lenguaje». Es el olvido del orden que permite crear el nombre distinto que provoca la sorpresa, el insólito nombre inesperado.
No importa si mirar atrás corresponde al uno. No importa que aparezca la imposibilidad. Decir, que es no tiempo, no lugar, o tiempo inaprensible en la medida de una vida. Abarca lo expresado como eternidad. «No se tendrá una idea del poder del lenguaje mientras no se haya tomado conciencia de ese lenguaje operante o constituyente que aparece cuando el lenguaje constituido, súbitamente descentrado y privado de su equilibrio, se ordena de nuevo para señalar al lector y —hasta al autor— lo que no sabía pensar ni decir».
La obra o lo dicho se construye en las posibilidades de transgredir lo que se está diciendo. Universo individual y eterno, que se eterniza a medida que expresa. «Es que el hablar y el comprender son momentos de un único sistema yo-otro, y el portador de este sistema no es un “yo” puro (que no vería en sí mismo más que uno de sus objetivos de pensamiento y se colocaría delante), sino el “yo” dotado de un cuerpo, y continuamente sobrepasado por ese cuerpo, que algunas veces lo despoja de sus pensamientos».
Lo dicho se ha disipado, ha limitado el lenguaje a un mensaje finito en el fugaz zigzagueo del habla. ¿Qué evoca una palabra, mi palabra, tu palabra? ¿Qué parte humana lleva la palabra? ¿Cuál es su inhumanidad?
Se escribe fuera del lenguaje, dentro de él. Salirse del lenguaje al afuera del lenguaje, más allá de su límite, de su regla, de su ley, fuera de la decisión de escribir.
Todas las citas, aquí en cursiva y entrecomilladas, pertenecen al libro de Maurice Merleau-Ponty La prosa del mundo, (Madrid, Editorial Trotta, 2015).

Crédito de la imagen de portada: Sciences Humaines