Por María Sol Salvo
“No me gusta esta comida” “¿Me comprás algo en el kiosco má? No sé, cualquier cosa” “Esa remera ya la llevé la última vez” “Tengo que llevar $x.- al cole para una excursión” “¡Tengo que comprar los libros de inglés!”
Fui de las privilegiadas que pudo decir este tipo de frases durante mi niñez. Tuve la suerte de que a pesar de altibajos económicos que tuvo mi familia, siempre tuve todas mis necesidades cubiertas y pude encargarme de solamente crecer estudiando, jugando y riendo con mis amigos. Pero la realidad es que muchos chicos no corrieron ni corren la misma suerte, y eso tiene como una de sus terribles consecuencias el trabajo ilegal infantil, la explotación del niño.
Las cifras que arrojan las estadísticas sobre trabajo infantil son escalofriantes. Si bien derechos del niño dejan claro que el mismo tiene “Derecho a la vida, la supervivencia y el desarrollo: todos los niños y niñas tienen derecho a vivir y a tener un desarrollo adecuado”, demás está decir que la obligación de trabajar -en lugar de estudiar, jugar, correr, comer, reír- atenta directamente con el “desarrollo adecuado” de los infantes, tanto emocional como físico.
Es importante concientizarnos sobre este problema que afecta a los chicos de todo el mundo, tanto los a países más desarrollados como aquellos en desarrollo. Porque al niño que está pidiendo plata en el tren, le encantaría estar jugando. La niña que está cuidando a sus hermanitos, quisiera estar en la escuela aprendiendo. El niño que busca cada día en la basura, quisiera tener un plato de comida en la mesa. L@s niñ@s que están limpiando parabrisas, sin dudas preferirían reír sin preocupaciones.
Probablemente una nota al respecto no cambie la situación de estos niños, pero con que una sola persona se concientice y se quede pensando que se puede hacer al respecto para ayudar a erradicar el trabajo infantil habrá valido la pena.