La literatura influye de diversas maneras en nuestra forma de ser. Existen quienes proponen que nuestro gusto literario se ve afectado por nuestras vivencias, o viceversa, porque nuestras experiencias construyen nuestras preferencias.
La unión de una persona a un libro constituye un camino donde se puede definir a la persona en sí, su gusto personal, su manera de interesarse por el mundo, su curiosidad y su posterior conexión con el contenido del libro.
La cantidad de libros que existen en el mundo nos da un pantallazo de la realidad que compartimos en este mundo, pero también nos expone las perspectivas subjetivas de cada escritor. Leer un libro es como examinar una pintura o ver bailar a una bailarina. Vemos la creación y, a su vez, participamos de un diálogo. El libro es una herramienta que nos permite avanzar en nuestra búsqueda individual y colectiva.
El libro resulta ser una hermosa máquina del tiempo, creada por la humanidad para conservar y transmitir, aún fuera de contexto o época, conocimiento, cultura y creencias.
En la antigüedad, los libros eran de difícil acceso para la mayoría de las personas, pero lo siguen siendo actualmente a pesar de que el acceso económico y jerárquico haya cambiado. El analfabetismo existe en el alma, y si hay ojos ciegos que no interpretan, la lectura de un libro será como leer páginas en blanco.
El objetivo del lector es saber disfrutar o incorporar de la lectura un mensaje para adaptarlo a sus experiencias, ya sea un relato corto, ya sea un poema mal escrito, ya sea un libro esencial de algún autor célebre, ya sea la carta de amor que escribimos y que nunca entregamos. Todo para reescribir nuestra propia historia con el fin de tener finales felices y poder comunicar siempre un «continuará…» en esta vida.