Durante el tortuoso camino a la crucifixión, Jesucristo, herido y sediento, llevaba a cuestas la pesada cruz. En un momento se detiene, se recuesta a descansar y de la multitud emerge un hombre quien lo empuja y le grita “¡apúrate, camina!” a lo que el Mesías se vuelve y responde “Yo me apuraré, pero tú deberás andar hasta que yo regrese”.
A partir de ese momento, Cartáfilo (uno de los nombres con los que se le conoce al Judío Errante) fue condenado a vagar por toda la tierra, sin descanso y sin posibilidad de morir, hasta la segunda venida de Jesucristo.
Esta leyenda comenzó a conocerse durante el siglo XIII en Europa y encierra uno de los entramados existenciales que ha interesado al ser humano desde el principio de los tiempos: la muerte, el miedo a esta y el deseo de ser inmortal como solución.
El Judío Errante fue visto en Hamburgo en 1542
Paul von Eitzen, obispo de Schleswig, fue testigo junto a cientos de personas, de la visita del Judío Errante a Hamburgo en el año 1542.
Según el testimonio del religioso, el Judío Errante se presentó con el nombre de Ahasvero y contó a la multitud que era presa de una maldición divina que lo condenaba a vagar por el mundo hasta la segunda venida del Cristo.
También contó múltiples detalles acerca de los padecimientos de Jesucristo durante la crucifixión. Este testimonio fue recogido en la Crónica corta o Kurtze Beschreibung.
Además de esta aparición, también se dice que fue visto el 14 de mayo de 1948 en Damasco, justo el día en el que se declaró la independencia de Israel.
Y también se dice que fue visto en el 2005 en la fiesta anual Ispahan y que mantuvo contacto con un grupo de judíos sefarditas.
¿Existe realmente el Judío Errante?
La idea de que, en este momento, existe un ser humano vagando por los confines del mundo, sin posibilidad de descansar o de morir desde los tiempos de Jesús, sin duda, es realmente aterradora y conmovedora.
¡Y justamente allí radica su fuerza y el hecho de que la leyenda se haya mantenido vigente hasta nuestros días!, pues es difícil encontrar un ser humano que no se sienta conmovido ante la condición de este personaje.
Además de los testimonios de avistamientos y de las personas que, siglo tras siglo, afirman haber tenido un encuentro con este caminante, hay registros bíblicos de su existencia como lo narrado en el evangelio de Mateo:
“Hay algunos de los que están aquí que no probarán la muerte hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”.
Mateo 16:28
Pero, independientemente de que su existencia sea real o no, este desafortunado personaje mitológico logra enfrentarnos a nuestros propios miedos.
Tememos a la muerte, tanto propia como la de nuestros seres queridos, pero qué pasaría si de pronto (tal como lo plantea Saramago en su novela “Las intermitencias de la muerte”) nos volviéramos inmortales.
Veríamos partir a todos los seres que amamos una y otra vez. Veríamos erigirse y extinguirse ciudades, instituciones, gobiernos, revueltas sociales y todo aquello común a lo humano.
¿Seríamos capaces de sostener nuestra propia existencia, siglo tras siglo, sin caer presas de la angustia? ¿Realmente nuestro miedo a la muerte justifica enfrentarnos a algo tan monumental como la inmortalidad?
Elevemos un pensamiento por este eterno caminante quién, con su desdicha, nos ha hecho reflexionar y cuestionar la muerte como uno de nuestros miedos más profundos.