Por Julián Lambert
Los inesperados desencuentros de un gobierno argentino conservador con la iglesia católica del Papa Francisco
Los detractores del presidente Macri pecan a menudo de reduccionistas: intentan llevar la complejidad de las contingencias políticas de turno a un plano simplista, encasillando el devenir cotidiano en estereotipos débiles o anacrónicos. Gobierno de derecha, favoritismo por las clases acomodadas, poca sensibilidad social, conservador en lo ideológico. Un sinfín de rótulos que a veces tienen asidero y a veces no. Si seguimos por ese derrotero descriptivo llegaremos en algún momento a afirmar que el gobierno actual debe ser por definición cercano a la iglesia católica, actor históricamente relevante en la política nacional.
Sin embargo, y aquí llamo la atención a mis amigos reduccionistas, nos estaríamos equivocando mucho. Contra todos los pronósticos el gobierno conservador argentino ha decidido arremeter contra la iglesia desde donde más le duele: la opinión pública. Esta historia comienza en el barrio de porteño de Flores y termina en la Ciudad del Vaticano. Veamos.
La pieza clave en este engranaje es, claro, el Papa Francisco. A 5 años de que Jorge Bergoglio se convirtiera en el primer Papa americano, la relación del Santo Padre y la elite gobernante argentina parece más que desgastada. Las medidas económicas adoptadas por el macrismo y su poco tacto social están en las antípodas de lo que Bergoglio esperaría para su país, motivos estos suficientes para que se anime a saltar la grieta y a ubicarse en algún lugar de esa ensalada opositora que contiene kirchnerismo y peronismo como principales ingredientes. El mismo Bergoglio anti K de hace poco más de 5 años. Sí, ese.
En la otra vereda, la negativa del Papa a visitar el país parece ser la principal herida. Los saludos excesivamente protocolares desde los sobrevuelos por Argentina del Air Italia papal y los guiños a actores sociales y sindicales peronistas parecen calar hondo en una administración que ve pasar con tristeza la oportunidad histórica de coexistir amigablemente con un Papa argentino.
La pena en algún momento da paso al dolor, y el dolor a la acción. La gota que rebalsó el vaso parece clara: la carta de Francisco apoyando a Hebe de Bonafini, uno de los personajes más desprestigiados por la opinión pública en los últimos años. Y con el vaso derramado, la oportunidad de limpiar el charco: una espontanea movilización convocada por Twitter llenó la plaza del Congreso el 19 de febrero pidiendo por la despenalización del aborto.
Como nunca, Macri dio lugar al pedido de una manifestación callejera y habilitó el debate parlamentario por la legalización del aborto. Una jugada política audaz que cierra desde todos los ángulos menos desde uno: el ideológico. Macri y gran parte de su electorado están férreamente en contra del aborto. In your face, reduccionistas.
La estrategia política pesó más. Se instala un tema candente que desvía la atención de los problemas económicos. Se entretiene a los sectores progresistas con un debate siempre postergada. Se corre el eje del clivaje oposición-oficialismo, o kirchnerismo-antikirchnerismo. Y sobre todo, se da una clara señal a la iglesia católica. Si el Papa quiere jugar en la política local del modo que intenta hacerlo, tendrá que “bancarse la pelusa”. Ese parece ser el mensaje.
Para rematarla, pocos días después, una diputada “opositora” pidió al Jefe de Gabinete que se publiciten los gastos en los que incurre el Estado para mantener a las curias episcopales. Justo ahora nos vinimos a acordar que el Estado sostiene económicamente a la Iglesia, la estocada final ideal para prenderla fuego en la hoguera de la opinión pública. Juana de Arco sonríe desde algún lugar.
¿Macri ganó la pulseada? Una carta del Papa pidiendo perdón a aquellos compatriotas que se sintieron ofendidos por sus acciones sugiere que sí. Ablandado quizás por una salutación políticamente plural enviada en el quinto aniversario de su papado, Francisco demuestra por primera vez ser consciente de los recelos que genera en una gran porción del país su toma de partido en la “grieta”. En este contexto, más que nunca, una visita del Papa al país sería un gran triunfo político del presidente, que parece haber apuntado sin misericordia sus cañones a un Francisco que empieza a recapacitar. ¿Le dará el gusto Bergoglio? Si Dios quiere.