Una tarde me encontré con un artículo publicado en 1990 en Los Angeles Times, donde se transcribía una entrevista que le hicieron a Gabriel García Márquez, en la que el autor confesaba que siempre buscaba excusas para no sentarse a escribir sus textos, esos que después se convertirían en clásicos de la literatura universal.
García Márquez, entre risas, contaba que uno de los berrinches más usados era decirse a sí mismo que no tenía ropa «decente» para ponerse. Obviamente, esto solo era una excusa tonta para no sentarse a escribir. Lo que le pasaba a García Márquez nos ocurre a todos: nos bloqueamos y recurrimos a la justificación más inmediata para postergar nuestro compromiso creativo. En lo personal, no puedo arrancar el día en mi estudio si las cosas no están en su lugar, si no está todo limpio, ordenado y despejado; si no es así, me invade la ansiedad, esa que es tan mortífera para la creatividad como el miedo mismo.
Sin embargo, la naturaleza nos dice que parte de ese proceso creativo involucra dosis de ambigüedad y desorden. Al menos en mi rutina, yo vivo esto antes del café cada mañana.
La mejor manera de nublar nuestra mente es dejarnos absorber por la ansiedad, esta nos ayuda a juzgar las ideas que surgen demasiado pronto y limita el potencial de nuestro trabajo. La clave es aprender a conocernos, eso nos ayuda a darnos cuenta cuando estamos ansiosos e identificar cuál es el detonante. Yo ordeno y siento la calma, la amplitud que me da el espacio bien administrado y le digo adiós a cualquier bloqueo.
Otra de las técnicas que uso cuando me bloqueo con el proyecto en el que estoy trabajando —ya sea escribir un artículo, diseñar, editar alguno de los vídeos para mis clientes, editar un audio o encontrar la entonación adecuada para alguna locución que debo grabar— es dejar todo. Busco mi guitarra acústica, le doy play a cualquiera de mis canciones favoritas e intento seguirla. Debo confesar que no sé tocar la guitarra como un profesional, de hecho, soy principiante desde hace tres años, pero dejarme llevar y redirigir mis pensamientos hacia algo tan liberador como la música, sin duda, elimina las telarañas que me nublan, y puedo avanzar.
Los bloqueos son parte de la vida misma, y existen situaciones cotidianas alejadas del escenario laboral y académico en las que también se presentan. Los invito a reconocerlas y encontrar el analgésico emocional necesario para debilitarlos cada vez que aparezcan. A no ser que no nos sintamos cómodos con nuestro guardarropa y, en ese caso, deberíamos haber tomado más en serio a García Márquez.
*Texto incluido en El tiempo y el lugar de las cosas