“Yo voy acá señor, ya vengo”.
Si no has ido al caribe te documento:
Está, con alguna que otra derivación, es una frase típica de los nativos de esta zona, aplicada cada vez que el fresco que la emite, quiere que otra persona le ande resguardando una cola (así decimos acá, no sé cómo dirán en tu tierra, ¿fila?).
Forma parte de una cultura absorbente y brutal de la “solidaridad forzada para las colas”, según la cual, en este país se asume que todo el que está en una cola de banco, de alguna oficina, para entrar al cine o teatro, o para comprar desde pan hasta papel de baño (por si no lees noticias, Venezuela está sumida en una brutal escasez bélica, con estanflación, y donde no se consigue nada), debe ser un alegre campechano, que usa estos espacios para socializar y hacer amistades, o para solidarizarse en el odio acérrimo que todos sentimos por el régimen que nos azota.
Digo que es absorbente y brutal, porque según nuestros patrones sociológicos, en esta mediana sociedad se te obliga a que seas amigable y locuaz durante la espera, y a que te solidarices con la persona que quiera contarte la historia de su vida o sus pesares del día a día. Si no, si te deslindas de estos rituales; si no hablas con nadie; si te pones a escuchar el ipod ignorando las anécdotas de tu vecino; si te molestas porque el que va atrás tuyo se pone delante o a tu lado en la cola y no detrás y a un paso de distancia, donde se supone que va; es decir, si haces todo lo que un anormal como yo suele hacer, entonces eres una anomalía en la “Matrix”, todos los demás en la cola te verán como una especie de virus contaminante en el sistema.
Y no es que yo sea un eremita amargado, ni que me encante la famosa frialdad anglosajona, si es que eso existe. Tengo muchos amigos y más bien tengo fama de conversador. Pero para mí, la cola es una calamidad. Es una miserable, nauseabunda y detestable forma de subdesarrollo y atraso, y eso, el subdesarrollo y el atraso, lo detesto. Por tanto, en mi cerebro no caben neuronas felices por tener que hacer una cola, de cualquier naturaleza que esta sea. Y menos en un mundo donde tenemos tecnología avanzada que acorta distancia y ahorra tiempo.
Tampoco me considero un elegido que tenga un criterio único en el mundo, sé que la mayoría de mis paisanos detestan las colas y quieren un mundo más fácil y sobre todo, un país que sirva. Pero en algo pecan: en ser amigables en la cola, no porque ser amigable sea malo, sino porque muestra un rasgo atroz de nuestro ser: la superficialidad, y sobre todo, el valorar a las personas superficiales.
En efecto, no es de la cola de lo que denigro, cosa que se sabe es aborrecible, sólo la estoy usando como herramienta para dibujar un grave complejo que tenemos los venezolanos, y que nace paradójicamente de una de nuestras mayores virtudes. Somos a grandes rasgos, una sociedad armónica en lo social, racial y cultural. No tenemos grandes problemas de facciones, porque a pesar de haber tenido una notable cantidad de inmigrantes que han llegado en nuestra historia reciente y menos reciente, siempre hubo eso bello, y diría yo milagroso, fenómeno llamado “integración”. Una integración real, palpable, no de mero nombre, maravilloso fruto de años de devenir histórico. Una tierra donde coincidieron inmigrantes con mestizos y crearon en torno al Estado unificado una identidad nacional.
Pero esto tiene una faz oscura: es la idea enraizada en nuestra cultura de que estamos unidos por lazos informales, de camaradería o compadrazgo, de igualitarismo, pero no por patrones de orden y disciplina. Pensamos que el orden es rigidez y afecta el igualitarismo con que hemos sido bendecidos. Por eso nos causa escozor tener que someternos a regulaciones, a formas de actuar que maten nuestra espontaneidad. De alguna forma, creo que inconsciente, creemos que la persona que se rige por normativas es antipática, egocéntrica o insolidaria. Preferimos al audaz y espontáneo, al carismático y fuerte. Esta forma de pensar es más enraizada mientras se tenga menos formación humana, por eso el igualitarismo es un axioma que rige la cultura de la gran masa de marginales que viven de forma precaria sin educación, que son mayoría en el país.
Pero lo más peligroso es que también es un condicionante en el inconsciente colectivo del resto de las personas que se supone tuvo la educación, formación y acceso a bienes y experiencias suficientes para erradicar esa forma de pensamiento. Porque toda persona con inteligencia comprende que un igualitarismo aplicado como tabula rasa de forma universal, es la más aberrante forma de destrucción del pensamiento, de las ideas, de la personalidad, de la cultura, del instinto de superación que guía a la raza humana. El mundo debe perseguir la solidaridad y el encuentro, la hermandad, pero nunca el igualitarismo.
Entonces, construyamos el silogismo. No nos gusta el orden cuando hacemos una cola, luego, esto, el orden y la disciplina, derivan de la aplicación de la ley, y esta, la aplicación de la ley, es una condición para que haya Estado de Derecho, y el Estado de Derecho es la base del desarrollo, y el desarrollo es lo opuesto al circo tercermundista en que estamos sumidos, por el cual llevamos años gobernados por la peor chusma, y por el cual nuestra economía está hecha trizas, y por el cual nuestro nivel de vida ha bajado a niveles de país africano. Es un silogismo que lleva a la misma conclusión: somos unos espontáneos irresponsables, y demasiado tolerantes con los vicios, y cualquier mínima situación que requiere civismo, como hacer una cola, es una muestra de fracaso, porque no sabemos hacer ni una fila bien, ya que la volvemos un bochinche.
Ahora imagínate que el país es una cola: llega el espontáneo abusador, que no respeta su turno pero que te cae a chistes y es simpático, es decir viene Hugo Chávez, un irrespetuoso engendro, y se vuelve el jefe del grupo, porque tuvo audacia, porque gritaba más que los demás, porque era bochinchero y eso me recuerda al simpático de mi tío, etc.; y se erige como el representante de todos. Es malo llevarle la contraria al carismático, si lo haces eres gris, seco, inhumano. Ergo, llevándolo a la vida diaria, si reclamas cordura y disciplina en tu entorno eres una máquina inmisericorde.
Eso, amigo mío, es una tara del caribeño, que puede desembocar en abominables escenarios de decadencia, como el hecho de vivir en el país más rico del planeta, lleno de petróleo y recursos, pero sometido a una atroz dictadura de incapaces que producen miseria a escalas apocalípticas, los cuales crían como esclavos a una masa enorme de lumpen, de chusma sin educación que vive en las favelas y son la mayoría, porque les da el poder de perpetuarse.
Y los que aun sobrevivimos de este mar de miseria, somos excomulgados por los delincuentes que hay en el poder, los cuales quieren volvernos a todos “iguales”….a los de abajo.
Todas estas ideas y todos estos silogismos pasan por mi mente cuando alguien en una cola llega feliz y se vuelve el líder carismático. Por eso, puedes imaginar cual será mi reacción si me preguntas: ¿panita, me cuidas el puesto que ya vengo?