Desde hace un año, «Alicia» viene una vez al mes a mi departamento para buscar el dinero de la renta. Los seis años anteriores (desde que hicimos el contrato de alquiler) los pagos se los hacía vía transferencia bancaria online, pero fue en un e-mail de 2020 cuando me pidió: «Por favor, págame con efectivo en mano».
Lo primero que pensé fue: «¡No quiero tener que verla!». No me malinterpretes, no tengo nada en contra de Alicia, pero ver a tu arrendataria mensualmente supone mantener una conversación, por lo general sobre el inmueble y la vida cotidiana de cada uno, sin que a ninguna de las partes le interese mantenerla en lo más mínimo. Para mí, eso representa tiempo, tiempo que, aun teniéndolo, no lo quiero invertir en Alicia. Y estoy seguro de que ella tampoco quiere invertir el suyo en mí.
La razón por la que me pedía el dinero en efectivo era para «evitar recibir un movimiento bancario en su cuenta y que la administración reguladora notara que ella, es dueña de un departamento no declarado». ¡Ay, Alice, en qué estarás metida! Esto no es una suposición mía, ella directamente me lo dijo.
No es que esté ventilando las intimidades financieras de Alicia, de hecho, Alicia no se llama Alicia, y para confundirte un poco más, ni siquiera estoy seguro si es mujer. Cada uno con sus cosas. Pero esta introducción no es más que para llegar al meollo de lo que me tiene pensando esta semana. A ver cómo me las arreglo para que se entienda.
Banca al estilo Vintage
En aquel primer encuentro con Alicia para pagar mi renta, le entregué un sobre que contenía billetes (no desesperes, ya entenderás). Para que esa transacción ocurriera tuve que:
- Día 1: Trasladarme hasta un cajero automático para hacer la extracción máxima que permite mi banco por día. Este monto no representa la totalidad de lo que Alicia debe recibir. Pero igual lo hago. Debo volver al día siguiente para tener el resto.
- Día 2: Nuevamente me dirijo al cajero automático más cercano para la segunda y última extracción y, de esa manera, completar el pago.
- Día 3: Cita con Alice.
Parece sencillo, lo sé. Pero retrocede un poco, ¿recuerdas el pago a través de una transferencia bancaria online? Ocurría en cuestión de segundos —esos segundos de evolución a los que tantos años le había costado a la banca mundial poder llegar—, pero, para Alicia, eso «no era conveniente».
Antes del COVID, se hablaba tímidamente de los entornos digitales y su futuro en nuestra sociedad: home office, trabajo remoto, educación a distancia y pagos online parecían de un futuro no muy lejano, pero, aun así, la mayoría apostábamos todas nuestras fichas a lo ya conocido, es decir, a los sistemas establecidos: Trabajar para una empresa local y cumplir horario de 8 horas o más. El home office era para aquellos días en los que el auto se averiaba; el trabajo remoto era para freelancers en market places; la educación a distancia sonaba a la nada misma y, cuando algo andaba mal con nuestro banco, una linda visita a las oficinas de la entidad nos parecía la única manera de resolverlo. Hoy, muchos no queremos ni siquiera llamadas de voz, queremos vernos por Zoom. Todo cambió.
Me quedo con el tema «banca tradicional», pues, aunque me comprometí con Alicia en pagarle el alquiler con billetes cada mes, no deja de parecerme obsoleta esa forma de operar. Es decir, para nadie es un secreto lo avanzada que está la tecnología hoy como para seguir atados a sistemas que, si bien fueron revolucionarios hace siglos, hoy no lo son.
¿Quién inventó el dinero?
Hay muchas respuestas, pero, sin duda, lo que sí es más preciso es que ya no está entre nosotros. Entonces, el concepto que haya escrito mutó tantas veces como pudo, y hoy, el acceso a las tecnologías le permite a un mayor número de personas poder escribir el rumbo de la historia financiera y ejecutar las acciones necesarias para revolucionar ese sector: la banca mundial. Y está ocurriendo.
Hay muchos tipos de tecnología, eso lo he escrito en otras entregas. Reconozco que soy un crítico de las plataformas que roban nuestros datos y de las vidrieras virtuales de personas, pero sé reconocer dónde hay que poner el ojo, y hoy es en la revolución del mundo financiero a través de las criptomonedas.
El dinero que no se toca
La criptomoneda es dinero digital, eso quiere decir que no hay monedas ni billetes físicos, todo ocurre en línea. Las transferencias se hacen entre los usuarios, sin que ningún banco intervenga. Bitcoin fue la primera moneda digital, moneda que fue liberada por Satoshi Nakamoto el 9 de enero de 2009. Se trata de un software de código abierto que conectaba varias computadoras entre sí, permitiendo transacciones entre usuarios, hacer una lista de todas las transacciones, verificar que no se gaste dos veces la misma moneda y emitir nuevas unidades monetarias. ¿Cuánto valía 1 Bitcoin al momento de su lanzamiento? Nada. Pero hoy, mayo de 2021, su valor es de 58.578,50 dólares estadounidenses. Sí, solo por 1 Bitcoin.
Suena casi imposible de creer, pero es la realidad. De hecho, lo más interesante de todo es que pasó de ser un concepto utópico a una realidad indiscutible, en la que miles de empresas de todo el mundo, comienzan a aceptar esta moneda como pago por sus productos y servicios.
Bienvenido a la nueva era de hacer pagos
Para alguno que lea esta columna quizás este sea un tema nuevo, y sentirá que está llegando tarde a la fiesta, pero la realidad es que no estás solo. El Bitcoin (y en general todas las criptomonedas) no ha podido disfrutar de la relevancia que sus millones de usuarios le profesan, y esto es por culpa de los grandes detractores de esta revolución, aquellos que mantienen el sistema de «banca tradicional» del que te hablaba.
Los gobiernos son los principales detractores de las criptomonedas, claramente porque son los responsables de la emisión del dinero tal y como lo conocemos, además, hay toda una fuerza alimentada por esa confabulación que va desde Wall Street hasta el banco de la esquina.
Como en toda revolución, si se gana, las reglas del juego cambian, y en este caso, afectará a naciones enteras, porque el poder, si entendemos poder como acceso a la riqueza y los recursos, pasaría a manos de todos. Suena muy tentador, y lo mejor es que está ocurriendo. Yo llegué tarde a este tema, aún así creo que ni siquiera estamos en el punto más álgido de la conversación y de esta revolución.
El nuevo orden mundial
Escuchamos hablar del nuevo orden mundial, casi siempre bajo el paraguas del miedo y la ignorancia, identificando a todo cambio como algo que nos arrancará de las manos lo que éramos, para nunca más volver, y hoy que lo pienso, claro, ese miedo lo han sembrado en nosotros aquellos que escribieron y reescribieron las reglas del juego, de la realidad y de los sistemas en los que vivimos, pero siempre a su conveniencia. Hoy, conscientes de todo eso, muchos están rebelándose ante esto y piensan en el beneficio de todos y no solo en el de unos cuantos. Para mi, ese es el verdadero nuevo orden mundial y el que hace temblar a aquellos viejos del poder.
Lo más probable es que siga encontrándome cada mes con Alicia para pagarle el alquiler en papel moneda, y, uno de esos días, en vez de hablarle sobre el ayuno intermitente que vengo haciendo, me atreva a contarle sobre lo que escribí en esta columna; en una de esas se anima y uno de los meses de alquiler lo invierte en criptomonedas, pero sin que nadie se entere.
Divulga la revolución.
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