«Cuando en una charla me preguntan por la función de la crónica periodística, respondo que la crónica sirve para construir memoria, para que la gente dentro de cien o doscientos años lea un texto y piense: así fue todo».
Limpiando a Borges, Josefina Licitra.
Bitácora del inicio
Corre la segunda semana de marzo, y estamos llegando al final de nuestro viaje, mi marido Thomas, su hermana Cornelia y yo. Ellxs son austríacxs. Estamos en Uyuni, Bolivia, escuchando bajo nuestros pies el crujir de los cristales de sal.
En el salar, la tierra se confunde con el cielo; no hay arriba ni abajo; pisamos el cielo, nos sentimos caminado sobre el mar. Venimos del desierto de Atacama, del carmesí de las entrañas del infierno, de un corazón de piedra arcaico, eterno, de otra era geológica de la tierra.
Casi no tenemos conexión a internet, viajamos en auto, dormimos en carpa. En el cruce de Villazón, La Quiaca vemos los mismos carteles que cuando ingresamos a Bolivia unos días atrás: «Lavate las manos-Coronavirus-distanciamiento social-toser en el pliegue del codo». No prestamos atención, el mundo sigue igual, es el que conocemos. Reconexión celular en Jujuy. Memes sobre la técnica del lavado de manos. Nos reímos, nos parece ridículo. No entendemos. Seguimos viajando, nos reencontramos con Fran, un amigo que se mudó a Tilcara hace seis años. Ponemos la carpa en el patio de su casa de adobe, bajo un peral en plena cosecha. Él toca la guitarra, nos presenta a algunxs amigxs. Todos nos besamos, nos abrazamos, compartimos un mate, un asado, se confunden los vasos de vino. No hay distancia social. Hablamos de los cauces de los ríos, del nuevo escenario político, de pueblos originarios. Fran es geólogo. Nos llevamos mucho amor y una linterna que nos regaló; le dejamos un guiso de lentejas y unos alfajores. No veíamos lo que se avecinaba. No sabíamos que éramos felices.
Llegamos a Córdoba. Algo está sucediendo, el aire alrededor se siente como si se avecinara un tornado. Los memes continúan, vemos el noticiero de reojo en un bar: hay muertos, placas rojas, todo es URGENTE.
Regresamos a Buenos Aires, el aire huele extraño, algo invisible está suspendido en la liminalidad, entre el cuerpo y el mundo, una nube radioactiva. Salimos a dar la vuelta al mundo en 500 metros, título del proyecto de diario de cuarentena de Pablo Besse y Noelia Rivero. Nadie lleva barbijo, pero hay poca gente en la calle, y en cada local en el que entramos nos ponen alcohol en gel en las manos. Decidimos dejar de salir. Deberíamos volver a trabajar, pero la oficina cierra. Miramos y leemos las noticias. El vuelo de Cornelia se suspende, queda varada en Buenos Aires. Nos sumamos a los aplausos de las nueve de la noche, hablamos todo el tiempo de lo que sucede, teorizamos, pasamos de la incredulidad al miedo, del miedo a la preocupación por el control estatal, discutimos sobre la vulnerabilidad acrecentada de los habitantes de los barrios populares, de los cuerpos feminizados, de lxs de siempre. Nos reconforta el anuncio del Ingreso Familiar de Emergencia. Yo soy peronista, estoy frustrada con el momento que nos toca, siento que la gestión de la pandemia nos ha quitado la oportunidad histórica de hacer los cambios profundos a los que apuntaba nuestro proyecto político, pero me siento cuidada, lo escucho a Alberto como quien escucha a un padre. Me transmite tranquilidad su parsimonia. Lo mismo le pasa a Cornelia, aunque su lengua materna es el alemán. Comenzamos a ver fotos de hospitales de campaña al tiempo que hablamos diariamente con la embajada de Austria, buscamos vuelos de repatriación para Cornelia. Lxs funcionarixs de la embajada son atentos, buscan alternativas, a veces nos llaman a las diez de la noche. Pero las opciones son escasas, avisan 30 minutos antes que quizás haya un lugar disponible, estamos a una hora de Ezeiza, imposible. Una amiga docente, profesora de Letras, tiene dos alumnos alemanes que también están varados en Buenos Aires. Entre las dos nos pasamos información del nivel de apertura o cierre las fronteras en Europa, lo que dicen las diferentes embajadas y la situación de los vuelos de Lufthansa, KLM y Austrian Airlines. Los alemanes logran conseguir un lugar a los pocos días. Mi amiga los acompaña a todos lados, es el único contacto que tienen en Buenos Aires. Me cuenta que en la calle los tratan mal, que cuando los escuchan hablar alemán se alejan, que se siente en el cuerpo un resurgir fascistoide. «No es la primera vez que la peste tiene esta direccionalidad, que la traen a América los gringos, los conquistadores», dicen algunos. También dicen que la enfermedad no discrimina, que es democrática. El discurso del como si, como si afectara a todxs por igual.
El Estado fauno
El jueves 6 de agosto el Senado argentino votó la ley de Teletrabajo. Entre sus puntos centrales, en lo referente a la perspectiva de género, se encuentran el derecho a la desconexión, para garantizar el respeto de la jornada máxima, el descanso de la persona que trabaja, y la contemplación de las tareas de cuidado: lxs trabajadorxs que acrediten tener a su cargo niñxs, personas con discapacidad o adultxs mayores, tendrán derecho a horarios compatibles con las tareas de cuidado.
Según un relevamiento realizado por la asociación civil Tejiendo el Barrio, en conjunto con la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, siete de cada diez personas tienen que cuidar a sus hijxs mientras trabajan desde sus hogares. Antes del aislamiento social, la escuela era el principal agente de cuidado de lxs chicxs. Según la socióloga Bárbara Estévez Leston, el ASPO reforzó la feminización de las tareas de cuidado, basada en una versión estereotipada de la división sexual de las tareas.
El movimiento feminista se pregunta por la romantización de la virtualidad. Mientras que en el hogar y en la percepción social continuemos siendo vistas las mujeres como las responsables primarias de realizar las tareas de cuidado, el derecho a la desconexión no garantiza el alivio de la sobrecarga de tareas. Una verdadera perspectiva de género debe contemplar que, a iguales derechos entre los géneros, la balanza se inclina a favor de quienes detentan los privilegios, más allá de los deseos y las esperanzas puestas en la tecnología como herramienta de justicia social.
Cuando las esferas pública y privada se entrelazan, se genera un espiral de sobreexigencias, y una vulneración de derechos. Discutimos la necesidad de articular un nuevo paradigma para enfrentar la necropolítica, repensando las políticas del cuidado, quién cuida a las que cuidan. La centralidad de las tareas de la reproducción de la vida, en un mundo sumido en el caos donde, como siempre, pero de manera más descarnada, algunos cuerpos importan más que otros.
El miedo como vector
Cornelia logra finalmente conseguir un asiento, es un vuelo histórico. Nunca antes hubo una ruta aérea comercial directa entre Buenos Aires y Viena. Algunxs dicen que la historia está en suspenso, ronda la idea de que el mundo se ha detenido, nosotrxs, por el contrario, por primera vez sentimos que la historia está sucediendo, que somos parte de ella, del suceso, como sujetxs pero también como agentes. Por primera vez en nuestrx trayecto vital se evidencia con claridad que la máquina del capital depende del cuerpo político, que sus leyes no son las de la naturaleza. Se cristaliza que este mundo de intercambios monetarios, de signos, símbolos y reglas, es una convención social, que la llave de la economíaes política. Se nos abre el miedo como potencia, como imaginación política.
A los miedos hay que historizarlos, el acontecimiento irrumpe haciendo hablar los miedos del alma antigua en lenguajes contemporáneos. Para el diccionario, el miedo es una perturbación angustiosa ante la proximidad de un daño real o imaginario. Real o imaginario produce una alteración del juicio. No importa tanto la probabilidad del mal como el efecto de la imaginación en el sujeto y la producción de una especie de creencia. El miedo es por tanto una experiencia individual que requiere, no obstante, la confirmación o negación de una comunidad de sentido.
Un nosotrxs imaginario construye respuestas y explicaciones más o menos estandarizadas. El pánico nos ha atomizado, construimos ficticios umbrales de certidumbre y salvaguarda personal. Si la cultura es un espacio de conflicto, en su doble signo de reproducción e invención, quizás se trate de poner a circular otras lecturas de este cuento apocalíptico, que se viene narrando desde los lenguajes eclesiásticos de la peste, la espectacularidad del cine distópico y el higienismo nazi.
Los miedos son principalmente un territorio de disputas políticas por su monopolio, por su mercadeo. La diferencia de los miedos de la Edad Media frente a los de la sociedad actual estriba en la fuerza con la que estos últimos circulan como relatos planetarios, amplificados por los medios de comunicación. Los medios y las redes se constituyen en espacios de domesticación del caos con sus propuestas reductoras, estereotipadas y estigmatizadoras.
La utopía del control, la gestión autoritaria, la creencia religiosa y la recuperación de valores perdidos organizan la gramática de este tiempo chicloso que habitamos. «Quien controle los miedos controlará el proyecto sociopolítico de la sociedad»-
Estamos en el día número 135 de aislamiento en AMBA. He deambulado, errante, por distintas percepciones y estados de ánimo, he leído mucho. Sopa de Wuhan: filósofxs de todos los colores del arcoíris, miles de páginas de crónica, he escuchado podcasts, visto noticieros y documentales, he retomado textos de antropología social. El tiempo es chicloso y muchas veces me siento como un ratón en su rueda, girando en círculos, preguntándome por el mañana, intentando mantener la esperanza. Podría salir, lo sé, entre las seis de la tarde y las diez de la noche, pero siento que ha estallado una bomba nuclear. Salir, es salir a la nada, al mundo devastado. Me quita las ganas. Entonces me vuelvo hacia mí, como Marcel Proust, “dejo la taza de té y me vuelvo hacia mi alma”. Busco el centro de esto que me sucede, me pregunto de dónde viene, y me respondo: es el miedo. Leo en un texto de Antón Furtado sobre la importancia de las emociones en la conducta, y del miedo como universal cultural. Estos enfoques socioculturales son especialmente fecundos en un momento de incertidumbre y temor como el actual.
De las entrevistas rescato un listado de temores: a la muerte, al aislamiento en caso de contagio. A quedarse solx. Miedo a la muerte de seres queridxs que conforman población de riesgo, miedo a la calle, en contraposición al hogar como lugar seguro.
S. se explaya: «Creo que, si hay una construcción del miedo en general, pero que también es muy personal en función de las experiencias de vida. Hay miedos que empiezan a ser más subjetivos. En términos de acuerdos con mi compañera, yo tengo algunos miedos que V. no tiene. A ella le hace bien salir, a mí me hace bien no salir. Hay que hacer convenios y tratos porque si hay una persona que no le tiene miedo al virus y no sigue las recomendaciones, que pueden ser exageradas o no, desconozco, ahí surge un problema estructural de convivencia. Hay acuerdos, que tal vez no sean los idóneos para las dos, tal vez no estemos cien por ciento cómodas, hay siempre algo que consensuar, en la comodidad o en la incomodidad. Si no hay consenso, hay quiebre».
V., su pareja, habla de miedo, pero también de enojo: «Un miedo que tenemos muchas es que, trabajando en organizaciones sociales, ves cosas que están re culeras. Para mí hoy es algo genial la posibilidad de poder comprarme un boleto de regreso a México. Uno de los principales miedos era perder el trabajo, que lo terminé perdiendo, y cuando lo pierdo, pierdo también la posibilidad de una casa propia. Si bien está todo chido con mi compañera, hay ciertas cosas en las que pensamos distinto, en la manera de gestionarnos, de gestionar esos miedos, haciendo acuerdos que hasta ahorita están resultando, pero en el momento en que haya un quiebre, yo no tengo adonde ir». Otro miedo del que me habla V. es el miedo a la obediencia social, que puede acarrear acciones punitivistas y, en muchos casos, violentas. También el miedo a enfermar, pero no por la experiencia en sí misma, sino por el señalamiento social que ello acarrea. «Sé que si me enfermo me van a juzgar. Y más porque soy migrante».
V. teme a sus propias repreguntas, a las incertidumbres que se ve habitar, cuando lee sobre políticas de cuidado en Ecuador, Bolivia, o en Chiapas, que difieren sustancialmente de las estrategias de contención del estado nacional. El mayor miedo de V. lo constituye la ausencia de pensamiento crítico, el no poner objeciones, la falta de espacio para repensar en un ámbito avasallado por un discurso mediático —y su extensión y proyección social— que no admite cuestionamientos de ningún tipo, ni de un lado ni del otro. La grieta política cristaliza en cuarentena-anticuarentena, como una reactualización del peronismo-antiperonismo o del antikirchnerismo. Políticas de cuidado versus políticas de mercado. Solidaridad versus individualismo. Seguimos pensando en binomios.
Tenemos enfrente un mundo que ya no será, el virus ha modificado el eje de rotación de la tierra, pero también la potencia de crear colectivamente una veta emancipadora del proyecto moderno, que atraviese las prácticas agroecológicas, haga estallar los estereotipos de género, y se enfoque en la redistribución de la riqueza y en la justicia social.