Por Alexis Cifuentes | Barcelona – España
La primera vez que llegó a mis manos un libro de esta famosísima escritora, era famosa, pero no tanto. Fue mi abuelo quien me esperó afuera del colegio, con unas monedas en los bolsillos para darles a mis compañeros que siempre le pedían. A mí en vez de monedas, me regaló una edición vieja de la autora, de esas pocas que aparecen con una foto de ella en blanco y negro, con una sonrisa delicada en la cara.
Miré la portada, un chico volando en una escoba, con un rayo en la frente y un unicornio a lo lejos, con un castillo de fondo, tonos oscuros como el del bosque que estaba sobrevolando.
Me dijo que lo leyera, que era un libro muy bonito, escrito por una mujer que sufrió mucho, pero que al final, con dedicación y amor, escribió esta mágica historia.
Dije gracias y lo dejé en mi habitación, perdido, ya que normalmente, no me gustaba leer ese tipo de libros. Solo me gustan las historias mitológicas griegas y romanas, la cuales, devoraba con pasión.
Era el año 1999 o 2000, no recuerdo muy bien. Pero estaba chico, eso es lo importante. Como bien todos saben, al tiempo, sale la película. La voy a ver con mi abuela. Me enamoro inmediatamente, espero con impaciencia la segunda Harry Potter y la Piedra Filosofal, la veo una segunda vez junto a mi madre.
En el tránsito de la primera y segunda película, una noche, me encontré aburrido en casa, un viernes. No tenía edad para salir, pero si la suficiente para querer tener una noche entera y larga de videojuegos violentos, pero no tenía consola de vídeo para eso. Solo tenía libros. Le dije a mi abuela que estaba aburrido. Ella estaba leyendo una revista de cómo tejer. Me dijo que leyera algo, que ahí en la habitación, tenía muchos material para matar el aburrimiento.
Miré. Había títulos largos y complicados, del cual, había leído solo uno de una investigación completa de faraones y la mitología Egipcia. Entonces ahí estaba: Harry Potter y la Cámara de los Secretos. Lo tomé. Era un libro de segunda mano, con los bordes rotos y marcas por el lomo de color verde menta, donde mostraban a Harry un poco más grande, su cicatriz de rayo, con una espada y una serpiente gigante. Un fénix volaba por encima de ellos. Me senté con un bol de fresas y me puse a comer.
Fue una sensación casi sobrenatural, esa de verse de pronto, viendo la vida de Harry Potter como una película o más que eso, como si yo fuera el que estaba en aquel cobertizo con aquellos abominables tíos. Fue tal la absorción, que me asusté. ¿Cómo era posible que me hubiera perdido desde hace tanto tiempo sensaciones como aquellas? Me quedé leyendo toda la noche.
Escribo esta carta abierta, con una introducción medio latera, porque necesito decirle, J. K. Rowling,
Gracias por regalarme una pasión devoradora de libros. Gracias por regalarme una infancia tan fantástica junto a Harry Potter, que llegué a sentir como un hermano y, sobre todo, una parte muy importante de mí, ya que al igual que él, me sentía huérfano en un mundo donde el trabajo de la familia consumía todo el tiempo y yo, solo con mis libros, me sentí acompañado. Crecí junto a él, me pasaron las mismas dudas y como muchos niños, esperé y esperé por una carta de Hogwarts que nunca llegó, ni por correo, ni por chimenea, ni mucho menos por una lechuza.
Gracias por hacerme recordar con tanto cariño aquellas largas y largas horas de lectura, que cada cierto tiempo me dan ganas de recordar y lo hago, no solo viajando a través de las aventuras de Potter, sino que también me haces viajar a mi otra infancia; esa que estaba desprovista de aquella magia llena de luces y hechicería, pero si tenía la magia de las peleas con mi madre porque ambos estábamos enganchados a los libros, que disputábamos quien lo leía primero, ya que el dinero solo daba para comprar solo uno y ambos, apenas nos enterábamos que estaba disponible un nuevo título de la saga, corríamos, como locos en busca de los libros, cuando mamá salía del trabajo y conmigo de la mano volábamos hacia la librería más económica que conocíamos. Siempre me hacían descuentos, en felicitación a mi habilidad lectora y mi juventud.
Gracias por darme cita a la fraternidad con una mujer demasiado joven al tenerme, ya que ambos, éramos niños en el cine, esperando aquella canción tan características de cuando aparecían las enormes letras WB, con fondos oscuros y truenos que hacían que el corazón se me acelerara y nada importara por las siguientes horas de film, que no quería que acabasen nunca, ya que de alguna manera, estaba siendo transportado nuevamente a Hogwarts, esta vez, gracias al séptimo arte.
Pero no solo le quiero dar las gracias por aquellas largas horas que me encantaría olvidar en su totalidad, solo para volver a tener el placer de leerlas con ojos y mente nueva, si no que le quiero dar las gracias, ya que usted y otros autores, me enseñaron a escribir y amar las letras con pasión y locura.
Empecé escribiendo historias basadas en el mundo de Harry Potter. Eran solo para mí. Solo yo podía leerlas y era toda una gozada, ya que era aún más parte de aquel mundo. Tengo que confesar, con algo de vergüenza, que reescribí la saga entera-solo para mí-desde el tomo cuatro, agregando un personaje y extrañas historias con este y Harry. Incluso imaginé un octavo libro que nunca llegó a ser. Claro que todo esto, era solo para mí. Tenía trece años.
Gracias, J. K. Rowling, por enseñarme y regalarme aquel don de la escritura.
Ahora viene la parte triste. Y es que cuando terminé de leer la saga, sentí que una parte de mi había muerto, se había ido, para siempre, junto con los hijos de Harry y Ginny en el tren de la estación 9 ¾.
Me di cuenta que había crecido de manera abrupta cuando leí el final de Harry Potter. Fue triste, ya que fue como ver partir a tu hermano mayor, rumbo a otro país a buscar su vida. Pero a la vez, fue emocionante, ya que significaba que terminaba un ciclo.
Con el final de la película, fue la última piedra de la tumba de la infancia. Ya todo había acabo y estaba seguro (y lo sigo estando) que no había forma capaz de volver a llenar aquel agujero en mi corazón, que dejo Harry Potter. Pero hace unos días, volví a tomar sus libros y me di cuenta que ahí estaba la mágica infancia. Lloré un poco, tengo que confesar. Pero eso es otro tema, la cosa es que le quiero decir, J. K. Rowling, muchísimas gracias por hacerme ver, relativamente adulto, que la magia, si existe.