BOTERO
Desde una atalaya, tal vez renacentista italiana, Fernando Botero ve pasar la vida, primero testimoniando las costumbres de los pueblos de
herencia española y comunes a toda América Hispánica, reflejadas en los bodegones, como un pintor flamenco que retrata la cotidianidad de los fruteros colombianos, uvas, naranjas, plátanos, limones, los que se llevaban a la plaza de mercado los domingos. Luego retrata un bodegón rinconero mostrando la lámpara de alumbrar, un aguacate y unos limones, como una especie de cuadro de Zurbarán criollo, reflejo del trabajo artesanal, desarrollado por el pueblo campesino mestizo y mulato que no dejaban entrar a la sala de las casas de los patrones.
Después aborda Botero las costumbres, como el baile tango que nos vino de Argentina y, a su vez de Francia. Es el típico galán emperifollado con traje dominguero que baila con buen ritmo; aquí en Colombia todo el mundo baila.
Después se ocupa Botero del señor Presidente de la República, bien comido y alimentado como corresponde a las clases dominantes, usando el frac y la banda presidencial. En Colombia todos los presidentes que han existido tienen algún parentesco entre sí porque pertenecen a la misma clase de los criollos que se apropió de la independencia. Es como en Europa, que todas las monarquías son parientes entre sí, los Lancaster, Valois, Trastamara, Capetos y Tudor
Finalmente Botero muestra lo que han aspirado a ser las clases pudientes criollas antes de la época del narcotráfico, especies de Meninas de Velásquez con añoranzas de ser españoles y que les sigan diciendo Don.
Ahora, después del narcotráfico, las nuevas burguesías se han vuelto locas en la exageración de su lujo.
Siempre en la historia ha sido así.