Georgina y sus tres perros viven en la calle (la encontró en Puerto Madero una persona que canta a la gorra en el lugar todos los fines de semana). Sus tres compañeros son su prioridad, los tiene castrados y bien alimentados; pero, sin Georgina, esos perros bien podrían terminar maltratados, atacados o, lo que es peor, muertos.
Georgina se está muriendo de hambre y de frío, mientras la gente en la calle pasa y pasa sin ni si quiera mirarla. Tal vez decir su nombre le dé una mayor importancia.
Acercarse a hablarle, averiguar en qué situación está y qué necesita es involucrarse demasiado, y probablemente genere un sentimiento de culpa o impotencia. ¿Cómo es que, como humanos, al no tener el nombre de una persona, nos es más sencillo ignorarla? Estamos de acuerdo en que es una forma de identificación que sentimos única y personal; no obstante, tendríamos que considerar a los miles de personas que deben tener el mismo nombre. No será el censo o registro más confiable en el mundo, sin embargo, con la única opción de buscar a una persona en Facebook podemos ver la (a veces) una innumerable cantidad de usuarios con el mismo nombre.
Jacques Lacan, a partir de El olvido de los nombres propios, de Sigmund Freud, plantea que el nombre propio es un significante, como en lingüística, que realiza su función como representante de un sujeto para los otros, pero que es incompleto porque se interpreta como una falta, aquello a lo que no se puede llegar con nada. Es decir, nuestro nombre es solo una pequeña parte de lo que representamos para otros, no es nuestra identificación completa y, por lo tanto, en mi opinión, no debería ser la principal.
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Mi mejor amiga vive cerca de Corrientes y Medrano. Estábamos hablando y caminando al mismo tiempo cuando de repente se para al lado de una mujer que vendía pañuelos Elite en la entrada de una panadería. Veo que mi amiga le pregunta cómo está, y cómo sigue la situación en su casa, ya que le suelen cortar el gas, la luz y el agua constantemente. Cuando puede, esta persona que conozco hace años, de la cual no tenía información que hacía esto, le compra comida a esa mujer y a su hija. Cuando nos retiramos del lugar, le pregunté si la conocía hace mucho tiempo y cómo inició la charla. Para mi amiga, fue totalmente normal contestarme estas preguntas; lo trascendental ocurrió cuando le pregunté cuál era el nombre de la mujer, porque no me supo responder.
No es un requisito saber el nombre de una persona para tener una conversación con ella, ni para accionar ante una de sus necesidades. Sencillamente no es necesario, y no deberíamos darle tanto valor a ese detalle por el simple hecho de que es un ser vivo, y todo ser vivo merece, al menos, una mirada.
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Georgina está buscando un lugar para dormir y resguardarse del frío. Su número es 1130788060. ¿Qué podemos hacer por ella y sus tres animales?