En los últimos años parecen oírse cada vez con más fuerza argumentos contra la medicina tradicional, es decir, la avalada científicamente. A esto se suma la desconfianza hacia los laboratorios, pues se sospecha que en más de una ocasión les sugieren a los médicos los medicamentos más «convenientes» para cada afección, lo que a algunos pacientes los obliga preguntarse si lo que se les ha recetado es realmente lo más efectivo.
En contraposición, a veces encontramos un ataque feroz por parte de algunos médicos tradicionales contra otras disciplinas curativas, sobre todo cuando un paciente consulta sobre estas en casos en los que la alopatía no puede hacer mucho por su dolencia.
Esta actitud, que desmerece cualquier intento de curación fuera de los carriles avalados por la ciencia, sumada a la poca paciencia de ciertos profesionales y a la atención express que suelen brindar otros, favorece el hecho de que algunos enfermos se sientan atraídos hacia otras posibilidades de curación donde se estudia al ser humano y sus circunstancias, y no se toma aisladamente el órgano afectado.
Aquellos profesionales de la medicina tradicional que se encuentran dentro de lo descripto deberían hacer quizás un autoanálisis para ver si en su propio campo no hay algo que pueda ser mejorado en pos de una comprensión más amplia ante un paciente enfermo antes de cargar las tintas contra otras disciplinas (por más que estas tengan también representantes poco recomendables).
No se trata de competir contra aquellas para demostrar que la que uno ejerce es la mejor, sino de ver cuál es la mejor para el paciente en cuestión, paciente que, a su vez, dejará su rol tradicionalmente pasivo para evaluar opciones y ser agente activo de su curación.
Asimismo, las llamadas terapias alternativas tampoco deberían actuar en oposición a la tradicional. De hecho, se está prefiriendo utilizar el término complementarias para demostrar el lugar primordial que sigue ocupando la alopatía.
Cada persona es un mundo y a cada una (por más que se trate de una misma enfermedad) le funcionará más un método que otro, dependiendo también de quién y cómo se aplique. Más allá de que la figura del médico familiar que antiguamente solía tratar a todos los miembros de una familia y conocía los problemas del conjunto ha quedado en el pasado, muchas veces, los profesionales de la salud parecen haber despersonalizado (y hasta deshumanizado) el trato con sus pacientes.
Si se sumara a la medicina tradicional un trato más humano y menos mecánico, seguramente se ayudaría a la cura del paciente y, quizás, no se buscarían otras alternativas. Hay ocasiones en que una terapia complementaria no puede actuar porque el problema está muy avanzado o el paciente es refractario a ese tratamiento.
Corresponde entonces no anular ninguna vía de sanación válida, sino darle a cada una el lugar que le corresponda según la eficacia que posean en cada caso.
Pero no olvides que, ante una dolencia bucal insoportable, una infección galopante, un problema cardíaco u otra afección que requiera indefectiblemente intervención quirúrgica, la alopatía sigue siendo maravillosa.