Si, existe. Es un hecho de la realidad social, y aun habiendo cambiado en diferentes aspectos la posición de la mujer, este cambio es superficial. La llegada del capitalismo trajo aparejada la aparición de nuevas instituciones que fomentan determinados modelos de relaciones, de identificaciones, de constitución del psiquismo individual y colectivo que se reflejan en la posición en que queda ubicada la mujer.
El sistema capitalista –con su poder de homogeneizar los psiquismos individuales–, la caída de lo que en psicoanálisis llamamos «la figura del padre» (que implica caída de la conciencia moral), la instalación de un régimen monogámico patriarcal y la necesidad de asumir una identidad a través de autoridades diferentes de la que participaban en la clásica conflictiva edípica (ya no son los padres nuestros modelos, sino sustitutos como la televisión, los famosos, el imaginario social, etc.), provocó una necesidad de diferenciación de los sexos bajo la óptica de lo puramente superficial e imaginario, y de una conciencia colectiva adquirida a través de estos dispositivos.
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De esta forma se «pervierten» los conceptos, como el concepto de «mujer», que es llevado hasta un límite, dejando a la mujer parada en una situación desigual respecto de los hombres.
La moda forma parte de lo que simboliza el imaginario social «mujer» y es así como «se la viste» de determinada manera; a su vez, esto refuerza aún más ese concepto, y son las mujeres mismas las que se sienten a gusto con lo que se carga sobre ellas, ya que esto es parte de lo que les permite pertenecer a la sociedad.
Esto me recuerda a un importante pionero de la Psicología Social apellidado Goffman. En su obra La presentación de la persona en la vida cotidiana, plantea que cuando nos mostramos ante otras personas intentamos trasmitir una determinada impresión sobre nosotros mismos, en función de la cual interpretamos el papel que queremos trasmitir. Así, toda interacción social es una «performance» creada para la audiencia. Tomando esta concepción, la vestimenta forma parte de lo que queremos transmitir en la interacción social, y esa misma vestimenta tiene que «hablar» de nosotros, siendo que a la vez lo que esta «diga» tiene que coincidir con lo esperable por la mayoría. Buscamos constantemente identificaciones para construirnos.
El sistema capitalista y la sociedad moderna fomentan una forma de identificación a través de estereotipos que permite que los individuos, por su apariencia, se sitúen tanto con respecto a otros como respecto a si mismos.
De esa forma la moda afecta nuestra identidad, y por consiguiente, tanto para la mujer como para el hombre, asumir estos roles y permitir la circulación de instrumentos de dominación –como la moda– no dejan de ser vías de acceso a la pertenencia al grupo social, y por lo tanto, el machismo se eleva a la categoría de institución, como orden social y cultural que impide o retrasa todo cambio relacionado con la igualdad de los sexos.